El error es llegar a la orilla.
El muro que siempre se levanta y asciende hacia las nubes, que crece una y otra vez, es abrumador. Las aves no se posan sobre su figura, el viento cambia de rumbo, los ríos quedan divididos y frágiles, sendas laderas se cubren cabizbajas; las gaviotas susurran, la brisa descansa en el mar, los charcos se deshacen, los álamos se despliegan. Y es que la altura de la tempestad, su pesadez y consistencia, es incalculable.
Al echar la vista atrás, bailan las olas; cometimos el error de cruzar.
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