viernes, 29 de julio de 2016

No habrá un mañana


Hoy,
llegaste para decirme que no habrá un mañana.
Golpeaste la puerta tres veces,
pero de mañera distinta
a cualquier otro día.
Mirabas hacia abajo
no por timidez,
sino para mantener los pies en el suelo
al dirigirme la palabra.

Hoy,
las paredes se mantenían
por simple compostura.
Dejaste caer el paraguas sin consuelo
y las gotas de agua nos devolvieron la tormenta.
El espejo del baño esquivó tu mirada
y el eco de tus pasos se escondió,
triste y absurdo,
entre tus pentagramas.

Hoy,
mi almohada olía a un perfume distinto
y el significado de mucho se convirtió en un fracaso.
Tu sombra anochecía mi mundo
y las farolas de la ciudad
cabían en tus pupilas.
Llegaste
para hacer el amor,
como forma de despedida.

Hoy,
nuestra mesita de noche
sufrió un ataque de pánico.
El despertador malgastó sus alarmas
haciendo de las sábanas una salida de emergencia.
Recorriste las habitaciones con las puntas de tus dedos
y, haciéndole compañía a la única copa de vino
que quedaba ilesa,
comprendiste yo ya no estaba. 

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