Hoy,
llegaste
para decirme que no habrá un mañana.
Golpeaste la
puerta tres veces,
pero de
mañera distinta
a cualquier
otro día.
Mirabas
hacia abajo
no por
timidez,
sino para
mantener los pies en el suelo
al dirigirme
la palabra.
Hoy,
las paredes
se mantenían
por simple
compostura.
Dejaste caer
el paraguas sin consuelo
y las gotas
de agua nos devolvieron la tormenta.
El espejo
del baño esquivó tu mirada
y el eco de
tus pasos se escondió,
triste y
absurdo,
entre tus
pentagramas.
Hoy,
mi almohada
olía a un perfume distinto
y el
significado de mucho se convirtió en un fracaso.
Tu sombra
anochecía mi mundo
y las
farolas de la ciudad
cabían en
tus pupilas.
Llegaste
para hacer
el amor,
como forma
de despedida.
Hoy,
nuestra
mesita de noche
sufrió un
ataque de pánico.
El
despertador malgastó sus alarmas
haciendo de
las sábanas una salida de emergencia.
Recorriste
las habitaciones con las puntas de tus dedos
y,
haciéndole compañía a la única copa de vino
que quedaba
ilesa,
comprendiste yo ya no estaba.
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