Que nos despojen del miedo
y nos arropen en una isla:
minúscula, tanto que las palabras
se confundan en sus coordenadas.
Allá donde las aves vuelen bajo
y las nubes dibujen alas.
Hemisferios nuevos
sin normalidad creada.
Que nos desvistan de temores,
más aún de los comunes:
prototípicos actos reflejo
ensimismados y frágiles.
Allí, cual parábola infinita
y pedagógica imborrable.
El extravío de las moralejas
cultiva bucles equívocos.
Que nos rediman de la culpa
y nos libren de la resignación.
En la piel del narratario
nunca existe la objeción.
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