lunes, 10 de septiembre de 2018

Viaje a la inversa



Hoy he hecho el viaje a la inversa,
con trasbordo en la ciudad de las flores secas:
el primero lleno de adivinanzas;
el segundo, de horas muertas.
He encontrado en la palabra "serendipia"
el cobijo de todas mis metas.
Y al llegar, más felicidad de la que no cesa,
¿Por qué dar tanto la razón
a los argumentos que carecen de ella?
Con lo bonitas que son las rutinas
cuando son propias y no ajenas.
Ese modo de ver la vida desde el otro lado,
mientras todos hacen las cuentas con los dedos
y sacan conclusiones por las aceras.
Cómo darle voz a las miles de vivencias
sin hacer que sean supuestos
o países sin banderas.
Cómo hacer que sigan siendo mías
cada una de la secuelas,
sin dejar de lado sus consecuencias.
Hoy el cielo se tiñó de gris,
ese adorable color no correspondido,
y llovió por las esquinas
a las que no llegué por compromiso.
Tendí la ropa mojada
y le hice un hueco a la que creía seca;
los armarios ya no gritan tu nombre,
en las perchas ya no caben tus penas.
Recibí los libros de Patrick Rothfuss,
sin dejar de leer "Ve y pon un centinela".
Con una copa de vino amargo
en los escritos de Benjamín Prado
y las sábanas dobladas
en las coordenadas de otro planeta.
Qué curiosas son las mezclas
cuando no tienen miedo de parecer pequeñas.
De un lado el sonido de la guitarra
y las siluetas recostadas sobre el sofá:
todo el desorden en la misma mesa;
de otro lado los resúmenes de los fines de semana
y las miradas disimuladas al reloj de pulsera.
La perfección encuentra su lugar
en las conversaciones más ligeras;
a dos kilómetros de la realidad
es cuando surgen todas las quimeras.
Y hacer de la filosofía un minúsculo caos
en el que se tejen diálogos y apuestas.
Hoy te contaré un secreto a gritos
para que no te asustes, ya no hay tormentas:
la felicidad es solo un himno sin letra
que anida en las ilusiones inmediatas
y aprende a volar con las promesas.

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