domingo, 15 de julio de 2018

El muchacho que hablaba con una florecilla roja



 Hubo una vez un muchacho
que hablaba con una florecilla roja;
pero esta historia no trata del chico,
sino de los pétalos de la flor.

Era verano en las playas del sur,
anochecía en la orilla
y las olas parecían en calma.

Flor, que así se hacía llamar,
crecía entre la hierba seca,
ascendía para observar el lugar.

Pero por más que se erguía,
desde el tallo hasta sus hojas verdes,
no conseguía divisar el mar.

La florecilla permanecía inmóvil,
el tiempo pasaba y solo las malas hierbas
la rodeaban y le cerraban el paso.
El sol no acariciaba sus pétalos.

Un día pasó un muchacho
cerca de la humilde flor,
la miró y le cantó una canción.

La flor intentó estirarse de nuevo,
sucumbir a la cálida estación
de metáforas delirantes.

El muchacho la observó,
presa de la indecisión
y las respuestas ambiguas.

Pensó que no había nacido
en el sitio más adecuado,
que sus espinas
no debían causar dolor.

Pero la flor conocía su camino,
cada paso, cada renglón.
Era sabedora de su propio yo.

Él creía que no pensaba en sí misma,
pero ella quería aprender de todo
en su propia extensión.

“Si alguien la llevase a un lugar mejor,
o si ella se despojase de la hierba…”
Propósitos con buena intención.

Pero sus pétalos eran testigos de la brisa,
conocían la lluvia y los amaneceres,
escuchaban el silencio de las mareas,
eran veleros y no jaulas.

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