sábado, 7 de junio de 2014

Juegos de muñecas



Llueve la cuidad en mí.
Mientras,
una niña acoge en su imaginación los retazos del infinito.


Aún no ha nacido,
pero sabes,
incoherencia aprehendida,
qué será de ella mientras se sostenga el cielo en tu vientre.


Los límites de tus ataques de ansiedad describen la ausencia.
Las nubes carecen de fijación exacta entre tus promesas.
Haces rimar las hojas secas
con las brechas que dejaron sus respuestas.


La niña te sostiene la mirada,
huyes para intentar alejarla de ti,
pero ella sonríe con la ingenuidad de un consuelo enloquecido,
un capricho detenido en el tiempo.


Poco a poco te acostumbras a su presencia,
te inclinas hacia su mundo,
haces de ella parte de ti,
a la vez que intentas evadirte de las verdades que acomodan tus prejuicios.


Ella juega con muñecas,
acurruca sus manos entre las ondas de su vestido
y baja la mirada.
Su pelo negro describe sus miedos.


Se mantiene erguida,
con las mejillas enamoradas,
pero al volver tus rencores,
la niña se aparta.


Antes la esperabas observando el desorden,
con los ceniceros rotos
por las prisas del uniforme.


La llamabas a gritos con amores de una noche,
contabas los minutos
para volver a acariciar su piel color bronce.


La ayudaste a desatarse las coletas,
a recoger flores sin hacerse daño,
a hablar con la luna sin pedir recompensas.


Le regalaste las páginas en blanco de los libros,
tus mejores nanas,
los atardeceres sin compromisos.


Pero desde hace tiempo ya no la ves correr,
no la encuentras entre tus sábanas
como el inicio de la primavera
pellizcando las palabras.


Ya no está en tus versos,
ni en tus lágrimas.
No juega con la brisa
mientras cae la tarde a tus espaldas.


La niña se perdió
al consumir el humo seco y los pedazos.
Se fue para no volver
y ahora hace frío en tus abrazos.


No la busques,
ya se ha ido.
No la llames,
se ha perdido.


Vuelve a recoger sus juguetes,
a resguardar sus miedos y caricias.
Olvida poco a poco las rozaduras
que te hicieron las recaídas.


La niña estará bien,
no se te olvide que dejo su sonrisa.
Acuéstate entre los tropiezos
que dejó atrás su despedida.


Deja de acariciar tu vientre
para encontrar promesas incumplidas.
Caminar sobre los límites,
siempre tuvo sus víctimas.


Sabrás, cuando pase todo esto,
que tú no eres más que esa niña,
que se fue porque maduraste
al curar los recuerdos de la herida.


No volverá porque está en ti,
justo en los versos.
Resguardada en los recuerdos
que no hicieron más que devolver las alas al suelo.


Cuídala.
No olvides contarle el cuento.
Pero, recuerda,

no la dejes que escape de nuevo.

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