domingo, 24 de noviembre de 2013

La historia de una vendedora de rosas


Ella era la más frágil,
su resplandor no era ya intenso,
un rojo abandonado y diluido
agarrado a los pétalos que sobrevivían,
a base de tropiezos y peticiones banales,
en su diseccionado cuerpo casi etéreo.


Reconocía,
desde las manos pequeñas y frías
de la vendedora de rosas,
montones de ilusas
como ella
que ahora se deshojaban en el suelo.


Parecían tan lejanas,
deshechas por dentro,
el sueño de una eternidad por fuera.
Inmensas y perdidas,
formas cobardes de decir `no´


Desnudas ya las miserias,
el viento agita los recuerdos sin rencores.
Penumbra inexistente,
quizá pasajero el invierno.


Ella se acurrucaba entre los dedos,
recibía el vaho de ebrios militantes del resentimiento,
a veces,
sonrisas de su dueña,
aquellos ojos que deseaban pertenecer a la lluvia.


Pero las dos se aferraban
intentando descubrir,
hojas en otoño permanente,
la ropa interior de un desliz.

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