Tenemos la costumbre de caminar deprisa,
de examinar horas e incendiar minutos.
Dejamos que el tiempo se nos escurra
entre los dedos.
Somos impacientes,
como si algo nos empujara hacia delante.
Nos apresuramos hacia el futuro;
huir del presente como una constante.
Propagamos el hábito de escapar.
Sin embargo, en ciertos instantes,
quizá cuando la ciudad duerme,
mientras alguna espera se hace eterna,
o durante una larga travesía,
los recuerdos detienen el tiempo.
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