sábado, 16 de noviembre de 2013

Quizá

 Escribir no es un verbo,
llorar es su acompañante más frecuente.
Estar solo es estar muy harto de la gente,
cogerte la mano es un adiós permanente.


Gritar es la forma de estar callado para siempre,
correr es asegurar el silencio.
La vida: un imperio de promesas,
el delirio: la fe en el recuerdo.


Pedir permiso es una cárcel de por vida,
entre rejas de monosílabos y compromisos de rodillas;
los derechos: acantilados de mentiras,
las mentiras: el deber de sufrir de puntillas.


El amor y el odio son la enfermedad de las palabras,
el paso entre ellas somos tú y yo.
Estar desnudos es dejar de tomar café con hielo,
tender las sábanas justo en la esquina del olor de tu sueño.


La fecha subrayada en el calendario,
desde aquel portazo sin vuelta atrás
hasta el más desesperado cruce de piernas,
es un vagabundo a punto de llorar.


La bañera es la guarida de las lágrimas,
la noche es el secreto entre nosotros dos,
el cenicero sobre la mesa,
la ceniza sobre el rencor del contestador.


El desagüe de los saludos por educación,
ese punzante dolor en el pecho,
sin ausencia a voces
es una mesita de noche al lado del dolor.


Estar ahí no es estar contigo,
 dormir en la arena es nadar en tus suspiros.
El verbo ser es un infierno moribundo
que nunca significa nada y siempre habita en tus escritos.




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