Silencios embadurnados en un constante desperdicio de
confesiones. Somos así. Esa es la conclusión resumida y conceptualizada en un
haz de términos incoloros y reposados, sin intentar abrir las cicatrices, que
se derrama al prestar un poco de atención a unas cuantas mesas en las que sólo
quedan los restos de mezclas de bebidas alcohólicas, colillas ensalivadas y
objetos innecesarios de los que solemos llevar encima pero no sabemos por qué.
Silencios por hablar
demasiado, pero siempre de lo mismo. Por ser siempre unos niños que al llegar a
descubrir ciertos dogmas ya sólo saben aferrarse a ellos. Nos afianzamos en un
lugar, ya sea por lo que nos han contado de él, lo que hemos vivido o lo que
pensamos que podríamos hacer en ese sitio, y lo realzamos como si fuera nuestro
Dios. Nos encerramos en una ideología, aunque ya dicen que no existen,
asistimos a mítines dónde dicen lo que queremos oír, en los que se cuenta lo
que ya sabemos, pensamos y respiramos. Leemos el mismo periódico, la misma
sección, el mismo columnista. Lo mismo pasa con las cadenas de televisión, las
emisoras de radio, las páginas webs€ Pareciera, por no suponer que es así de
forma testaruda, que necesitamos diariamente que nos confirmen lo que pensamos,
que nos den palmaditas en la espalda. Vemos todas las películas de ese autor
que creemos todopoderoso, quizá sólo veamos películas románticas, de miedo, de
ficción€ Sólo leemos poesía, o ensayo; novelas históricas o simplemente no
leemos. O, lo que es peor, continuamente recomendamos lo mismo. Elogiamos a las
mismas personas. Siempre.
Silenciosos por afirmar que
alguien no puede ser bueno en lo que hace si no piensa como nosotros pensamos.
Por juzgar antes de hacerlo nuestro, antes de explorar otras realidades que
pueden, o no, tener tanta razón como tenemos nosotros. Porque así lo creemos.
Por haber secuestrado nuestros propios ideales en defensa de un equipo de
fútbol o un concurso de televisión. Callados con la misma estrofa del tipo de
música que nos gusta sin probar el resto. Acomodados, resignados, casi sumisos.
Columna publicada en La Opinión de Málaga el 25 de abril de 2012
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