Después de todo, lo que importa cuando llegas a la
sección de cultura de un periódico tal vez sea el mero hecho de aceptar que
sigues vivo, para bien o para mal. Vivo: en un sentido literal un tanto hundido
en la miseria; literario, si se quiere ahondar más en las cicatrices. Rozando
titulares con los dedos como si se quisiera absorber la tinta por la piel e
imprimir en ellos las gotas de café que se adueñan de nuestras huellas
dactilares. Viendo como se despeinan las hojas y nos despeinan con ellas. Despiertos
o aún naufragando entre legañas, como convenga. Al fin y al cabo, tragar saliva
se ha convertido en un acto reflejo. Convencidos de la sobriedad que destroza
día a día nuestra mutilación anticipada, cabe la posibilidad de llegar a las
páginas de ese rinconcito de una industria que se derrama sin muchos reparos,
casi siempre sosteniendo la impotencia entre manoplas.
Hay un ente inmortal que
debiera, en ese instante prófugo de cavilaciones malignas, introducirnos sin
pensar en un rumor de espejos, como mecía Emilio Prados en sus versos. Tal
cual. Adentrarnos profundamente en un estrepitoso crujir de neuronas rotas por
aislamiento colectivo. Y profundizar tanto en esa melodía, producto de la
ausencia de sonido que arrojan pantallas estrafalarias, que el ruido sea
insoportable. Tanto, que se extienda ese silencio a voces y todo quede
amarrado, atado con la presión suficiente para desbordar caudales de minimalismo.
Y, en el transcurso de esa aceptación
con antecedentes, no pasar las páginas como si fueran el decorado de las
cucharadas de cafeína. No amputar pedacitos del hoy en día o tragarlos a modo
de anticonceptivo. Al menos, aceptar solemnemente que, alguna vez, estuviste
vivo. Así caben menos cavilaciones maltrechas. La tierra está sorda, Cernuda
tenía razón, abarrotada de interjecciones sin compostura, de silencios. El
agotamiento que conlleva ingerir ciertos transgénicos genera una duda de tiempo
perfecto, suscita página a página un futuro translúcido.
Columna publicada en La Opinión de Málaga el 7 de enero de 2013
A veces no hay más ciego que los que no quieren o queremos ver.
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