Apáticos se volvieron los críticos, los mecenas de
este siglo y los dueños de tan holgado liderazgo; también los consumidores de
tales nicotinas. Ante todo esto, la
figura que por estas fechas se pose ante cualquier obra, tómese como ejemplo
aquel cuadro de Juan Pablo Castel en la novela El túnel, mirará con indiferencia los trazos al mismo tiempo que
volcará sus pupilas en la muñeca en la que sostiene las agujas del reloj y
seguirá impasible. Nadie morirá, eso sí, pero tampoco nunca nadie descubrirá en
la ventanita a una solitaria mujer mirando al mar.
Desde
alguna escena parecida a la que muestra esa ventana, que las hay aunque por
ahora no se dejen aderezar con finales tan poéticos como los de Ernesto Sabato, contempla inquieta
una subasta en proceso. Impotente casi y dispuesta a guardar febrero entre
sobres, consiente el tráfico de pequeñas ventanitas con similares sensaciones
de desgaste. Obras de arte que se subastan desde el Ateneo de Madrid. Es como
si se rompiese un trozo de Romanticismo en la distancia, como descoser ciertas
puntadas del último año de vida de Larra. Pero da igual, porque desde bastante tiempo no se
tienen en cuenta esas ventanas. Ninguna señora de peluquería con maquillaje
tenue, ningún señor de mediana edad y corbata, ningún grupito de ansiosos adolescentes
o ancianos… Ninguno o casi ninguno se deslumbra ante una obra de arte. Quizá
porque ya todo está muy mecanizado.
Cualquier resquicio de
disfrutar entre el silencio y el arte se reparte en los minutos que sostenía
aquella mujer en la muñeca. Supongo que esto ocurre desde hace ya mucho tiempo,
pero se acentúa últimamente en mis visitas por algunos de los centros que con
austera decencia muestran exposiciones que se prestan al asombro. Puedes
acercarte completamente sola a una exposición pero en milésimas de segundo
estás presa en un grupo como si fuera una visita turística. Sientes la presión
de sus pupilas en la espalda, percibes los pasos y extraes de ellos las
indulgentes subvenciones de cada rincón y padeces los efectos de una multitud
completando su recorrido sin más consideraciones justo cuando tú estás absorta
en la ventanita.
Columna publicada en La Opinión de Málaga el 28 de febrero de 2013
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