Se fue otro año con la
indigesta tradición de transformar cualquier reencuentro en La gran comilona. Las mesas se quedan
vacías, como se queda el recuerdo de las felicitaciones de los políticos y/o
deportistas y las políticamente correctas de los monarcas. El mantel recubre
las constituciones, o no.
Somos, de alguna forma, lo que
nos dejan vivir, el poso de nuestra desfigurada cultura popular. Indulgentes
corporeidades llenas de fechas puntuales, de citas, de aniversarios y quedadas
sin otro fin que liberarnos del día a día. El nuevo año roza sus heridas acumuladas
con arqueadas y turbias festividades deseando un tú a tú como el de los que
emplean el término `manifestódromo´ o el de Arcadi Espada y Salvador Sostres en
sus columnas afiladas. Somos el sueldo permanente de las princesas Disney, y
más ahora con las últimas ocurrencias borbónicas.
Se suele hacer balance en estas
inhóspitas fiestas. En realidad, diciembre y enero siempre se balancean. Son dos
meses llenos de impulsos y de consecuencias no deseadas. Sin titubeos, sin
tapujos. Balanceando anillos en copas de champagne, cosiendo calcetines con
bordados en oro desgastado, tendiendo la ropa interior roja en pedestales
resguardados de la lluvia.
La más olvidada, estos días de
movimientos amnésicos y pesadez en las encías, viste de blanco encaje
petrificado y carmín de corta duración. En las Palabras liminares de Prosas
profanas de Rubén Darío se extendía, hasta donde yo recuerdo, aquel bálsamo
suyo de un rojo intenso. Invernal se hace ahora su huella goteando sangre a
cada bostezo. Dentro de la sobrevalorada tradición del Roscón de Reyes se
comprende todo mejor. Hemos pasado por las mesas sin mirarnos los unos a los
otros. Hemos utilizado casi todos los mismos términos de cortesía, las mismas
palabras, los mismos susurros para acumular besos en las mejillas. Hemos
desquiciado a las más de 12.000 palabras que Cervantes utilizaba en sus obras
con las diferentes formas de destrozar la palabra felicidad. Pero, en realidad,
ya nada es de tú a tú.
Columna publicada en la edición impresa de La Opinión de Málaga el 3 de enero de 2013
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