Obsoleta ha quedado ya la peculiar forma de
comenzar una conversación que llevará a los comensales de tan elaborado
aperitivo a iniciar un ligue esporádico. O no. ¿Estudias o trabajas? Esa es la
cuestión.
En el ahora más cercano, analizar esta pregunta
puede llevar a crear una ciencia formal similar a las matemáticas. Estudiar.
¿Qué es eso? Si nos basamos en el esquema que nos mantiene en las profundidades
hasta hoy, todo es muy fácil. Estudiar es rellenar unos papeles para ser uno
más dentro de los parámetros fijados. Teorías y teorías. Es curioso cómo a la
gente le gusta acumular diplomas y certificados de tochos interminables
evaporados por los cigarrillos de después. Curioso también cuándo se clasifican
por títulos `estudiados´, aunque sin conocimientos adjuntos.
¿Y trabajar? Pues es igual de sencillo, si no
fuera una utopía. Convalidar licenciaturas y saberes esporádicos por horas de
sueño. Golpear bolígrafos en una oficina llena de fotos de la familia a la que
no ves, conceder autógrafos en papel reciclado e incluso intercambiar
antipatías ajenas.
A los veinte años, esos por los que el escritor
francés Paul Nizan no dejaría a
nadie que le dijera que esa es la edad más bella de la vida, reírte es lo menos
que puedes hacer en el momento en el que te hacen esta pregunta. Supongo que a Manuel Alcántara le gustaría ser poeta
ante todo, pero sigue siendo verano en Málaga…
Pues bien, alienarse es una moda. Hacer lo que
se supone que debes hacer y deshacerlo en los ratos de ocio. Ser algo para
entrar dentro del círculo y guardar como aficiones las cosas que de verdad
sabes hacer. Si no tienes un `padrino´, y no precisamente el de Coppola.
Mientras tanto toca prepararse para ir a la
Feria y callejear de recinto en recinto simplemente para saludar. Las casetas
serán las prisiones privadas de las cervezas calientes y los vestidos
prestados. El decorado con flores de plástico ideal para la tormenta
imperfecta.
Por cierto, creo que la
próxima vez que me hagan esa pregunta “¿estudias o trabajas?”, responderé: “Tú
tampoco puedes rescatarme”.
Columna publicada en La Opinión de Málaga el jueves 9 de agosto de 2012
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