Se
incendió el terral. Quedará quizá su intermitente brisa y el halógeno de agosto,
que dispara voltios. Un día cualquiera, una religión cualquiera. Con entremeses
de posgrado y agua bendita (no potable). Pero siempre manteniendo la fe. En lo
que sea.
La
fe en Málaga, por ejemplo. La misma que Luis Cernuda se empeñaba en
desear. Porque a los jóvenes `ahorradores´ no los dejan hacer botellón.
Definiendo este concepto como el ruido y la suciedad vestida de alcoholismo que
algunos despiden por pura inercia. Aunque la definición correcta que lleva a la
prohibición del botellón en muchos lugares tenga más relación con el mercado.
Se recomienda siempre el particular botellón en un pub cerrado con la
diferencia de precio incorporada.
Pero
se ve que los menores (en sueldo) de edad no tienen imaginación. Parece que en
el Palacio de La Aduana sí que la tenían; siendo utilizado, supuestamente, para
celebrar fiestas privadas. Simples gajes del oficio.
La
fe en una ideología interespacial, en un ente similar a nuestra empresa
política, o la fe congénita que nos lleva siempre a echar balones fuera. En el deporte, justo la pereza del fútbol que
expresaba Francisco Cabezas en El Mundo. La perversidad del bipartidismo
en goles con porterías sin escuadras. La confianza en los árbitros…
La
credulidad innata en cualquier mitin a golpe de bolsas del Mercadona.
Certidumbres precoces por y para sobrevivir. Sexo sin anticonceptivos por meras
biblias maternales. Con infinitud de Puntos G, de gilipollas. Con el perdón de
lo políticamente incorrecto por excelencia.
O la
fe en los prejuicios, que distancian a la gente de hacer “literatura con
conciencia política”, como decía Ismael Serrano, y no “cultureta”.
Pero
sólo nos quedamos con la fe, ese planteamiento sin nudo ni desenlace. Exclusiva
la proposición indecente, solitaria. Es el afán de dar prioridad a la
solemnidad travestida de rescate, recatada la intención que, dicen, es lo que
cuenta. Apostólicos sin madurez adherida
para salir del rebaño sin cuentas del rosario y otras credenciales adjuntos.
Así,
un agosto: católico, apostólico y, susurran, re(s)catado.
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