Sólo eran `pequeñas semillas de romance floreciendo
en la Sabana´. Lo decía El Rey León.
Porque siempre son pequeñas…
Madrid con el sutil aleteo de unos zapatos descalzos
y un olor sin mar. El estrecho ser de algo que parece intermedio, intermediario
de poesías urbanas. Justo en el centro del astro, lo que llaman Sol. Creo. Luz
tenue de media noche y su forma. La silueta de aquello que, en un imaginario
perfecto, suaviza el tacto de lo sublime. También osos y madroños.
Restos de bocatas de calamares y paseos. Desencadenantes
caminatas de compases, esos momentos en los que no sientes los pies al pisar
Cibeles plagadas de `eses´. Sólo andar. O correr. Visitar de un vistazo los
rincones de una literatura a balazos y combatir en la guerra de los versos.
Madrid es cubrir de pedacitos de bromuro el tumulto
inconsciente. Acento accidental delicatessen y otras cenas. No respirar, porque
es inútil, superfluo; innecesario manchar de suspiros un atuendo nublado.
Bochorno en la sabiduría o la ciencia imperfecta de tu saber.
El Julio por la mitad y agosto con prepotencia. En el
corresponsal por excelencia de guerra. Y más bromuro.
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