Era
noche en tus tinieblas,
nublado
el humo del mar.
Pero
nada más,
sólo
eso.
Marea
todo lo demás.
La
brisa era un verso vacío,
las
olas rompían a llorar,
el
mar se mordía por dentro:
impotente,
indecisa.
Las
rocas empezaban a gritar.
Y
tu pequeño velero
surcando
las olas sin parar.
Dulces
tus lágrimas,
boca
imprecisa,
arrugas.
La
bruma despeinaba el mar.
Con
las manos separadas,
siempre,
incrédulas
ante la realidad,
quedaban,
caricias
ardientes,
calmadas
por miedo a la inmensidad.
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