lunes, 21 de mayo de 2012

Microrrelato III: Bostezo autodidacta


Hace sol y mayo bosteza en mi barrio. Se acuesta.

Lleva una chaqueta de las rebajas, aprovechó la pasada cuesta de enero. Las monedas que despide a balazos su chaqueta bucean entre sus dedos anhelando cervezas frías, tan frías que consigan congelar los deseos de verano, o no.

Fue una siesta repentina la que volcó aquel `preciado´ mes de exámenes sobre la tapa recalentada que yacía entre los restos de su corbata y las migajas de cansancio, y resaca.

No llegó a cerrar los ojos cuando el bar se convirtió en su utopía. Y, apoyando los restos del café, que no había tomado, en la esquina de una mesa con heridas de borracheras vacías, viajó en el tiempo.

Estaba cansado de planes, de Bolonia y tal. Fatigado de nostalgias en forma de apuntes prestados y power point disfrazados de Señorita Rotenmeyer. Asustado por los tipo test sin tipo. Harto de recortes sin anestesia general.

Por aquello de soñar despierto, o más bien por aquello de soñar (simplemente), destrozó un rayo de sol. Imaginó un mayo sin charol ni camisa, un mayo que flotara en el pasado para no ahogarse en el futuro. Que guardara lo mejor de los buenos tiempos pasados para los venideros `bonitos´ y `baratos´.

Dejó, entre cabezadas, los libros de `teorías´ justo en la orilla. Olas de  doctorados que ya no concluían en arrogancia post matriculas de honor en empollar. Lo dejó todo. El embarazo (septiembre - junio) había pasado.

Cayó en el sueño profundo de un mundo, autodidacta por excelencia, en el que los chiringuitos de playa regalaran un poema por cerveza, un relato por tapa, una historia por sólo tomar el sol en la playa.

Imaginaba que la educación ya no era adiestramiento y/o pedagogía de descuento; era un fluir de experiencias sin ornamentos ni políticas populares. Además, justo a las 24:00h, cual Cenicienta sin zapato, las hogueras iluminaban la noche. Todos se reunían, como un San Juan sin el `Don´  alrededor de un calor sin florituras, en torno al fuego. Era algo así como “El club de los poetas muertos”. Toda cultura era experiencia frente al mar.

Las facultades dejaron espacio a grandes bibliotecas de conocimiento (véase la Biblioteca de Alejandría o la de Pérgamo) 24 horas, en la que sacar un libro no tenía fecha de caducidad.

Dice que en aquel sueño había aparecido un niño, un pequeño entusiasta de la lírica que no podía haber estudiado sin esa fantasía. De clase baja, impaciente en el hervor de la impotencia que le causaba la injusticia. Menor de edad en el amanecer de las letras pero anciano en la voluntad. Cualquier joven, llámese pijo o cursi con IPad 3, hubiera quedado por los suelos a su lado.

Y su utopía sirvió para eso, para que las becas se convirtieran en oportunidades (lo que deberían ser), no en luchas enmascaradas de no sé cuantos mil euros canjeados por viajes.

El sueño duró poco, la cerveza empezaba a recalentarse y el sol comenzaba a deshacerse. Rozó sus ojos encontrándose entre sus pestañas para despedirse de aquel niño. Lo saludó desde lo lejos y sonrió mirando las forros de plástico con contenido inflamable que parecían sostenerse en sus piernas. Se burlo de la tecnología, de los ministros (sociólogos a la vez), de los títulos de domesticados…

Por supuesto, ahora se va a la playa.

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