sábado, 13 de mayo de 2017

La sensatez de la locura

Comentario: ‘Piedra Fundamental’ como cauce de la poesía de Alejandra Pizarnik

“No puedo hablar con mi voz sino con mis voces. Sus ojos eran la entrada del templo, para mí, que soy errante, que amo y muero. Y hubiese cantado hasta hacerme una con la noche, hasta deshacerme desnuda en la entrada del tiempo. Un canto que atravieso como un túnel. Presencias inquietantes, gestos de figuras que se aparecen vivientes por obra de un lenguaje activo que las alude, signos que insinúan terrores insolubles. Una vibración de los cimientos, un trepidar de los fundamentos, drenan y barrenan, y he sabido dónde se aposenta aquello tan otro que es yo, que espera que me calle para tomar posesión de mí y drenar y barrenar los cimientos, los fundamentos, aquello que me es adverso desde mí, conspira, toma posesión de mi terreno baldío, no, he de hacer algo, no, no he de hacer nada, algo en mí no se abandona a la cascada de cenizas que me arrasa dentro de mí con ella que es yo, conmigo que soy ella y que soy yo, indeciblemente distinta de ella.” De este modo comienza el poema Piedra Fundamental de Alejandra Pizarnik, un texto que se encuentra en el último libro que la autora publicó antes de morir: El infierno musical, como revela el estudio de Josefa Fuentes Gómez, El surrealismo en Alejandra Pizarnik, publicado en la revista electrónica de estudios filológicos TONOS
       Podría hablar de algún escritor más cercano, más estudiado en centros educativos y facultades, con unas características más perfiladas que permitiesen realizar un comentario objetivo en base a informaciones de terceras personas. Quizá podría haber escogido a algún autor de los que ocupan altos puestos en el canon literario y así trabajar sus escritos como un mero trámite. Sin embargo, he de decir que conocí la libertad de la escritura, por azar o por suerte, gracias a Alejandra Pizarnik, y he ahí la razón de estas palabras.
       Como expresa Ivonne Bordelois: “Sus escritos críticos deberían ser un modelo para quienes hoy aprenden o enseñan literatura, porque son un antídoto eficaz contra la jerga académica impenetrable que muchas veces impide el acceso a los textos que más pueden interesarnos”.
Alejandra Pizarnik es una poeta argentina que vivió entre los años 1936 y 1972. Su biografía nos insta desde el comienzo a la reflexión literaria. Podemos encontrar información sobre ella en numerosas webs y libros, muchas de las cuales exponen la baja autoestima que comenzó teniendo en su infancia debido a temas físicos y comparaciones con su hermana. Razón por la cual achacan que empezase a ingerir anfetaminas.
La formación académica de la autora fue relativamente indecisa al comenzar cursos de literatura, periodismo, filosofía y pintura sin llegar a finalizar sus estudios en ninguna de estas áreas. Sus creencias políticas se limitaban a la aversión, como se puede constatar con la información que ofrece de la poeta el Centro Virtual Cervantes. Pizarnik era apolítica debido al sufrimiento causado por el estalinismo y el fascismo que padeció su familia.
Los temas de los que tratan sus poemas son en gran medida la infancia y la muerte. Sus textos quedan impregnados del principio y del final de la vida y, en el transcurso de esos dos puntos aparentemente opuestos, surge la soledad, el dolor y el tratamiento de lo cotidiano para darle valor. Aunque permanentemente se encuentra el tema del lenguaje en sus versos: una eterna reflexión acerca de la forma adecuada de expresarse y, más aún, de los límites de ese lenguaje. Es verdaderamente asombroso como utilizando a la perfección el lenguaje duda del mismo.
       Piedra Fundamental son los cimientos sobre los que se articulan estas palabras. En realidad solo es el cauce para confirmar una temática y unas características que se extienden a toda su producción literaria. Unas particularidades, como veremos a continuación, que muchos autores intentan concretar en ciertos movimientos o corrientes. Pero que, sobre todo con los últimos textos de Pizarnik como el que he nombrado, se puede observar que la poesía de esta autora no tiene acotaciones ni límites: no se gesta concreta y exactamente a partir de ningún lugar determinado.
       De ahí mi interés por esta autora, causa de lo cual han surgido poemas dedicados a ella como Un pañuelo de pasados, presente en Las estaciones desnudas, un libro de poesía que publiqué hace unos años con la editorial Ediciones Carena. “Huir es el verbo que divide mis pupilas y las esconde tras tus párpados. El lugar ya está lejos, ya no me espera el edén del viento. Recuerdo cuando viniste a mí, el estremecimiento asustó los rieles y las sombras. Aún te siento latir.”
       También es la inspiración por la que han nacido otras obras como Tres poemas de mujer, una obra de teatro escrita por Fernando Alonso Barahona y publicada por Ediciones Irreverentes, cuya historia gira alrededor de la muerte de Alejandra Pizarnik por una sobredosis de barbitúricos, junto a las de Alfonsina Storni, al suicidarse en el mar, y Delmira Agustini, asesinada por su marido.
       Por lo dicho hasta ahora, se podría resumir que Alejandra Pizarnik fue una mujer que hablaba de la muerte en sus poemas y murió de forma trágica. Por ello, es necesario citar a Becciú, mencionado de la misma forma por Inés Martín Rodrigo en un artículo del diario ABC llamado Alejandra Pizarnik: la última poeta maldita: “Es curioso que se siga insistiendo en la poesía de Pizarnik como una especie de autobiografía o del relato de una mártir, una dolorosa, como la de las estampitas que los curas entregaban después de misa. Cuando se trata de poetas hombres, los medios se ocupan menos de sus problemáticas personales; no hurgan en sus versos para explicar que escribía así porque era alcohólico, mujeriego, depresivo o fumador. No, no, el poeta hombre es ante todo un gran poeta. Y Alejandra Pizarnik fue una gran poeta, quien, por otra parte, en el trato personal se mataba de risa. Su muerte prematura, voluntaria o casual, no debe tomarse como ángulo de visión a la hora de encarar su proceso de escritura”.
       En este punto cabe mencionar la diferencia existente entre la literatura, en este caso la poesía, escrita por hombres y por mujeres. Dejando aún lado el hecho de que los textos escritos por mujeres son menos estudiados, menos numerosos y más tardíos en el tiempo por causas que afectan a cualquier mujer debido a la sociedad patriarcal, es necesario exponer la importancia de ese ‘rumor’ que indica que las mujeres generalmente hablan de sí mismas en sus textos. Sinceramente creo que no es exactamente así, sino que la figura de la mujer como escritora trata numerosas temáticas en sus textos pero haciéndolas suyas, mientras que el hombre escritor de alguna forma las expropia. Una rutina literaria que poco a poco se va deteriorando gracias, a su vez, a que en el resto de los ámbitos de la sociedad también se van diluyendo las diferencias entre hombres y mujeres.
       La teoría de la literatura es muy dificultosa en tanto que se intenta encontrar el lugar exacto de cierto texto o autor continuamente y deja escapar que hay muchos más escritores que no tienen un estilo de los concretados como comunes. Por ejemplo, el hecho de la referencia a una segunda persona del singular en un texto no siempre significa la exposición de un enamoramiento, sino que puede simbolizar otras muchas realidades a las que se alude. Como es el caso de Alejandra Pizarnik al dirigirse expresamente a un tú que encarna el propio lenguaje.
       En Argentina habitaban los movimientos poéticos del postperonismo como la vanguardia cuando Pizarnik comenzaba su andadura como escritora. Como explica Patricia Venti en un artículo publicado en Espéculo, revista de estudios literarios de la Universidad Complutense de Madrid, mientras se iban gestando nuevas corrientes literarias en el país Pizarnik se desligaba de cada una de ellas.
Como se explica en este último artículo, haciendo un recorrido por la literatura del canon, la obra de juventud de la poeta se podría adscribir a la corriente neorromántica por la melancolía de los textos, la referencia a la infancia, la subjetividad… Sin embargo, Pizarnik no comparte las formas poéticas tradicionales que conlleva este movimiento, no se relacionaba con los autores que pertenecían a esta corriente y, además, la neorromántica declinaba a finales de los años 50.
       Por otro lado, se podría vincular a la autora al movimiento surrealista, en el que nos encontramos a Enrique Molina y Olga Orozco. Un movimiento que se contrapone al neorromanticismo al igual que el invencionismo: la referencia al lenguaje y la relación de los textos con la propia realidad del autor. Aunque Pizarnik no termina de concretar su poesía en dirección a esta corriente. Como explica F. Lasarte: “Pizarnik  muestra una profunda incomodidad ante su propio discurso poético, y esto la diferencia radicalmente de los poetas surrealistas”.
También se podría ligar a la poeta argentina a alguno de los movimientos nacionalistas que aparecieron durante el peronismo, pero el tono de Pizarnik es, en cierto modo, más europeo. Y, otra de las corrientes con las que la autora podría haberse relacionado sería el realismo romántico, en contraposición a las vanguardias: más coloquial y dirigido especialmente al lector.
       La poesía de Alejandra Pizarnik va naciendo como una extraordinaria oposición. Los versos que se gestan en su juventud son textos más breves que acarician numerosas corrientes existentes en la época, pero sin llegar a introducirse en ellas. Más tarde, sus prosas más extensas dan fe de ese distanciamiento. La autora dialoga con el lenguaje y le expresa su insatisfacción y mientras, a la misma vez, lo aleja de las formas comunes que lo acotan y clasifican. Mantiene ciertas influencias, como la surrealista de Artaud en Infierno Musical, pero solo la roza sin pedirle permiso ni dejarle prestado. Como jugar al despiste con los versos.
       La poesía y la vida de la autora parecen hacerse uno y formar parte de la misma realidad. Pero, como expresa Ana Nuño: “La melancolía, la soledad y el aislamiento, cuando se ponen de manifiesto en la vida de una mujer son rasgos que admiten ser interpretados como la prueba de un desequilibrio psíquico de tal naturaleza, que puede conducir a su autora al suicidio o la locura. Si es varón el escritor, en cambio, y su obra o vida o ambas manifiestan parecida contextura —la lista es larga, de Hölderlin y Rimbaud a Kafka y Beckett—, ésta suele recibirse como una confirmación del talante visionario del hacedor”, “Pizarnik escribe aunque sin ninguna disciplina, ya que rechaza esta opción de vida”.
       Como comenta Ivonne Bordelois, es complicado encontrar el lugar exacto para la poesía de Pizarnik, “ella aparece como un meteoro solitario en la poesía argentina; Alejandra no vino a ubicarse dentro de la poesía argentina sino a desubicarla”. También es verdad que tenía más relación con los escritores surrealistas e, incluso, en sus escritos de juventud influyen los románticos y los neorrománticos.
La obra completa de Alejandra Pizarnik fue publicada en el año 2000 con poemas editados y poemas inéditos. Se dice en el inicio de libro que Pizarnik “es una de las figuras más emblemáticas de las literaturas hispánicas, controvertida, polémica, que se convirtió en un mito entre los jóvenes de los años ochenta y noventa. Su poesía se caracteriza por un hondo intimismo y una severa sensualidad”. Y Octavio Paz describe su poesía como “una cristalización verbal por amalgama de insomnio pasional y lucidez meridiana en una disolución de realidad sometida a las más altas temperaturas”.
Pizarnik, como resultado de mi propia interpretación de sus escritos, representa la libertad de los versos, que aunque libres nunca lo llegan a ser completamente. Su poesía, para mí, es adelantada a su tiempo: un susurro que al mismo tiempo que demuestra la inteligencia de la palabra al llamar a la puerta de canon literario sin llegar a formar parte de él concretamente. Sus versos dan fe del verdadero impulso de la poesía a la vez que demuestran la ironía de hacer y deshacer, de conocer a la perfección los límites de la poesía y jugar con ellos de la forma más elegante posible, de hablar de la imposibilidad del lenguaje para mostrarse y al mismo tiempo descubrirse a sí misma completamente.
Piedra Fundamental es el poema elegido, además de por ser un texto extraordinario, para demostrar el hilo que guía  la poesía de Pizarnik, ese maravilloso ‘no lugar’ que de forma inteligente en realidad lo muestra todo. Por ello, es necesario para terminar citar el final de este poema: “Estaba abrazada al suelo, diciendo un nombre. Creí que me había muerto y que la muerte era decir un nombre sin cesar. No es esto, tal vez, lo que quiero decir. Este decir y decirse no es grato. No puedo hablar con mi voz sino con mis voces. También este poema es posible que sea una trampa, un escenario más. Cuando el baco alternó su ritmo y vaciló en el agua violenta, me erguí como la amazona que domina solamente con sus ojos azules al caballo que se encabrita (¿o fue con sus ojos azules?). El agua verde en mi cara, he de beber de ti hasta que la noche se abra. Nadie puede salvarme pues soy invisible aun para mí que me llamo con tu voz. ¿En dónde estoy? Estoy en un jardín. Hay un jardín”.


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