Comentario: ‘Piedra Fundamental’ como cauce de la poesía de Alejandra Pizarnik
“No puedo
hablar con mi voz sino con mis voces. Sus ojos eran la entrada del templo, para
mí, que soy errante, que amo y muero. Y hubiese cantado hasta hacerme una con
la noche, hasta deshacerme desnuda en la entrada del tiempo. Un canto que
atravieso como un túnel. Presencias inquietantes, gestos de figuras que se
aparecen vivientes por obra de un lenguaje activo que las alude, signos que
insinúan terrores insolubles. Una vibración de los cimientos, un trepidar de
los fundamentos, drenan y barrenan, y he sabido dónde se aposenta aquello tan
otro que es yo, que espera que me calle para tomar posesión de mí y drenar y
barrenar los cimientos, los fundamentos, aquello que me es adverso desde mí,
conspira, toma posesión de mi terreno baldío, no, he de hacer algo, no, no he
de hacer nada, algo en mí no se abandona a la cascada de cenizas que me arrasa
dentro de mí con ella que es yo, conmigo que soy ella y que soy yo,
indeciblemente distinta de ella.” De este modo comienza el poema Piedra Fundamental de Alejandra
Pizarnik, un texto que se encuentra en el último libro que la autora publicó
antes de morir: El infierno musical, como
revela el estudio de Josefa Fuentes Gómez, El
surrealismo en Alejandra Pizarnik, publicado en la revista electrónica de
estudios filológicos TONOS.
Podría hablar de algún escritor más
cercano, más estudiado en centros educativos y facultades, con unas
características más perfiladas que permitiesen realizar un comentario objetivo en
base a informaciones de terceras personas. Quizá podría haber escogido a algún
autor de los que ocupan altos puestos en el canon literario y así trabajar sus
escritos como un mero trámite. Sin embargo, he de decir que conocí la libertad
de la escritura, por azar o por suerte, gracias a Alejandra Pizarnik, y he ahí
la razón de estas palabras.
Como
expresa Ivonne Bordelois: “Sus escritos críticos deberían ser un modelo para
quienes hoy aprenden o enseñan literatura, porque son un antídoto eficaz contra
la jerga académica impenetrable que muchas veces impide el acceso a los textos
que más pueden interesarnos”.
Alejandra Pizarnik es una
poeta argentina que vivió entre los años 1936 y 1972. Su biografía nos insta
desde el comienzo a la reflexión literaria. Podemos encontrar información sobre
ella en numerosas webs y libros, muchas de las cuales exponen la baja autoestima
que comenzó teniendo en su infancia debido a temas físicos y comparaciones con
su hermana. Razón por la cual achacan que empezase a ingerir anfetaminas.
La formación académica de
la autora fue relativamente indecisa al comenzar cursos de literatura,
periodismo, filosofía y pintura sin llegar a finalizar sus estudios en ninguna
de estas áreas. Sus creencias políticas se limitaban a la aversión, como se
puede constatar con la información que ofrece de la poeta el Centro Virtual
Cervantes. Pizarnik era apolítica debido al sufrimiento causado por el estalinismo
y el fascismo que padeció su familia.
Los temas de los que
tratan sus poemas son en gran medida la infancia y la muerte. Sus textos quedan
impregnados del principio y del final de la vida y, en el transcurso de esos
dos puntos aparentemente opuestos, surge la soledad, el dolor y el tratamiento
de lo cotidiano para darle valor. Aunque permanentemente se encuentra el tema
del lenguaje en sus versos: una eterna reflexión acerca de la forma adecuada de
expresarse y, más aún, de los límites de ese lenguaje. Es verdaderamente
asombroso como utilizando a la perfección el lenguaje duda del mismo.
De
ahí mi interés por esta autora, causa de lo cual han surgido poemas dedicados a
ella como Un pañuelo de pasados,
presente en Las estaciones desnudas,
un libro de poesía que publiqué hace unos años con la editorial Ediciones
Carena. “Huir es el verbo que divide mis pupilas y las esconde tras tus
párpados. El lugar ya está lejos, ya no me espera el edén del viento. Recuerdo
cuando viniste a mí, el estremecimiento asustó los rieles y las sombras. Aún te
siento latir.”
También
es la inspiración por la que han nacido otras obras como Tres poemas de mujer, una obra de teatro escrita por Fernando
Alonso Barahona y publicada por Ediciones Irreverentes, cuya historia gira
alrededor de la muerte de Alejandra Pizarnik por una sobredosis de barbitúricos,
junto a las de Alfonsina Storni, al suicidarse en el mar, y Delmira Agustini,
asesinada por su marido.
Por
lo dicho hasta ahora, se podría resumir que Alejandra Pizarnik fue una mujer
que hablaba de la muerte en sus poemas y murió de forma trágica. Por ello, es
necesario citar a Becciú, mencionado de la misma forma por Inés Martín Rodrigo
en un artículo del diario ABC llamado Alejandra
Pizarnik: la última poeta maldita: “Es curioso que se siga insistiendo en
la poesía de Pizarnik como una especie de autobiografía o del relato de una
mártir, una dolorosa, como la de las estampitas que los curas entregaban
después de misa. Cuando se trata de poetas hombres, los medios se ocupan menos
de sus problemáticas personales; no hurgan en sus versos para explicar que
escribía así porque era alcohólico, mujeriego, depresivo o fumador. No, no, el
poeta hombre es ante todo un gran poeta. Y Alejandra Pizarnik fue una gran
poeta, quien, por otra parte, en el trato personal se mataba de risa. Su muerte
prematura, voluntaria o casual, no debe tomarse como ángulo de visión a la hora
de encarar su proceso de escritura”.
En
este punto cabe mencionar la diferencia existente entre la literatura, en este
caso la poesía, escrita por hombres y por mujeres. Dejando aún lado el hecho de
que los textos escritos por mujeres son menos estudiados, menos numerosos y más
tardíos en el tiempo por causas que afectan a cualquier mujer debido a la
sociedad patriarcal, es necesario exponer la importancia de ese ‘rumor’ que
indica que las mujeres generalmente hablan de sí mismas en sus textos. Sinceramente
creo que no es exactamente así, sino que la figura de la mujer como escritora
trata numerosas temáticas en sus textos pero haciéndolas suyas, mientras que el
hombre escritor de alguna forma las expropia. Una rutina literaria que poco a
poco se va deteriorando gracias, a su vez, a que en el resto de los ámbitos de
la sociedad también se van diluyendo las diferencias entre hombres y mujeres.
La
teoría de la literatura es muy dificultosa en tanto que se intenta encontrar el
lugar exacto de cierto texto o autor continuamente y deja escapar que hay
muchos más escritores que no tienen un estilo de los concretados como comunes.
Por ejemplo, el hecho de la referencia a una segunda persona del singular en un
texto no siempre significa la exposición de un enamoramiento, sino que puede
simbolizar otras muchas realidades a las que se alude. Como es el caso de Alejandra
Pizarnik al dirigirse expresamente a un tú que encarna el propio lenguaje.
En
Argentina habitaban los movimientos poéticos del postperonismo como la
vanguardia cuando Pizarnik comenzaba su andadura como escritora. Como explica
Patricia Venti en un artículo publicado en Espéculo,
revista de estudios literarios de la Universidad Complutense de Madrid, mientras
se iban gestando nuevas corrientes literarias en el país Pizarnik se desligaba
de cada una de ellas.
Como se explica en este
último artículo, haciendo un recorrido por la literatura del canon, la obra de
juventud de la poeta se podría adscribir a la corriente neorromántica por la
melancolía de los textos, la referencia a la infancia, la subjetividad… Sin
embargo, Pizarnik no comparte las formas poéticas tradicionales que conlleva
este movimiento, no se relacionaba con los autores que pertenecían a esta
corriente y, además, la neorromántica declinaba a finales de los años 50.
Por
otro lado, se podría vincular a la autora al movimiento surrealista, en el que
nos encontramos a Enrique Molina y Olga Orozco. Un movimiento que se contrapone
al neorromanticismo al igual que el invencionismo: la referencia al lenguaje y
la relación de los textos con la propia realidad del autor. Aunque Pizarnik no
termina de concretar su poesía en dirección a esta corriente. Como explica F.
Lasarte: “Pizarnik muestra una profunda
incomodidad ante su propio discurso poético, y esto la diferencia radicalmente
de los poetas surrealistas”.
También se podría ligar a
la poeta argentina a alguno de los movimientos nacionalistas que aparecieron
durante el peronismo, pero el tono de Pizarnik es, en cierto modo, más europeo.
Y, otra de las corrientes con las que la autora podría haberse relacionado
sería el realismo romántico, en contraposición a las vanguardias: más coloquial
y dirigido especialmente al lector.
La
poesía de Alejandra Pizarnik va naciendo como una extraordinaria oposición. Los
versos que se gestan en su juventud son textos más breves que acarician
numerosas corrientes existentes en la época, pero sin llegar a introducirse en
ellas. Más tarde, sus prosas más extensas dan fe de ese distanciamiento. La
autora dialoga con el lenguaje y le expresa su insatisfacción y mientras, a la
misma vez, lo aleja de las formas comunes que lo acotan y clasifican. Mantiene
ciertas influencias, como la surrealista de Artaud en Infierno Musical, pero solo la roza sin pedirle permiso ni dejarle
prestado. Como jugar al despiste con los versos.
La
poesía y la vida de la autora parecen hacerse uno y formar parte de la misma
realidad. Pero, como expresa Ana Nuño: “La melancolía, la soledad y el
aislamiento, cuando se ponen de manifiesto en la vida de una mujer son rasgos
que admiten ser interpretados
como la prueba de un desequilibrio psíquico de tal naturaleza, que puede
conducir a su autora al suicidio o la locura. Si es varón el escritor, en cambio,
y su obra o vida o ambas manifiestan parecida contextura —la lista es larga, de
Hölderlin y Rimbaud a Kafka y Beckett—, ésta suele recibirse como una confirmación
del talante visionario del hacedor”, “Pizarnik escribe aunque sin ninguna
disciplina, ya que rechaza esta opción de vida”.
Como
comenta Ivonne Bordelois, es complicado encontrar el lugar exacto para la
poesía de Pizarnik, “ella aparece como un meteoro solitario en la poesía
argentina; Alejandra no vino a ubicarse dentro de la poesía argentina sino a
desubicarla”. También es verdad que tenía más relación con los escritores
surrealistas e, incluso, en sus escritos de juventud influyen los románticos y
los neorrománticos.
La obra completa de
Alejandra Pizarnik fue publicada en el año 2000 con poemas editados y poemas
inéditos. Se dice en el inicio de libro que Pizarnik “es una de las figuras más
emblemáticas de las literaturas hispánicas, controvertida, polémica, que se convirtió
en un mito entre los jóvenes de los años ochenta y noventa. Su poesía se
caracteriza por un hondo intimismo y una severa sensualidad”. Y Octavio Paz describe
su poesía como “una cristalización verbal por amalgama de insomnio pasional y
lucidez meridiana en una disolución de realidad sometida a las más altas
temperaturas”.
Pizarnik, como resultado de mi
propia interpretación de sus escritos, representa la libertad de los versos,
que aunque libres nunca lo llegan a ser completamente. Su poesía, para mí, es adelantada a su tiempo:
un susurro que al mismo tiempo que demuestra la inteligencia de la palabra al
llamar a la puerta de canon literario sin llegar a formar parte de él
concretamente. Sus versos dan fe del verdadero impulso de la poesía a la vez
que demuestran la ironía de hacer y deshacer, de conocer a la perfección los
límites de la poesía y jugar con ellos de la forma más elegante posible, de hablar
de la imposibilidad del lenguaje para mostrarse y al mismo tiempo descubrirse a
sí misma completamente.
Piedra Fundamental es el poema elegido, además de por ser un texto
extraordinario, para demostrar el hilo que guía
la poesía de Pizarnik, ese maravilloso ‘no lugar’ que de forma
inteligente en realidad lo muestra todo. Por ello, es necesario para terminar citar
el final de este poema: “Estaba abrazada al suelo, diciendo un nombre. Creí que
me había muerto y que la muerte era decir un nombre sin cesar. No es esto, tal
vez, lo que quiero decir. Este decir y decirse no es grato. No puedo hablar con
mi voz sino con mis voces. También este poema es posible que sea una trampa, un
escenario más. Cuando el baco alternó su ritmo y vaciló en el agua violenta, me
erguí como la amazona que domina solamente con sus ojos azules al caballo que
se encabrita (¿o fue con sus ojos azules?). El agua verde en mi cara, he de
beber de ti hasta que la noche se abra. Nadie puede salvarme pues soy invisible
aun para mí que me llamo con tu voz. ¿En dónde estoy? Estoy en un jardín. Hay
un jardín”.
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