Sigue lloviendo sin lágrimas
mientras tú cambias de piel.
Le haces las maletas al
olvido,
desvistes los mapas;
guardas los diarios,
abres cajones y ventanas.
Un caracol desnudo
que busca sol en la noche;
girando en rotondas sin
tráfico,
ofreciéndole abrigo al
derroche.
Y entonces ajustas a la
herida
el dedo índice y corazón,
simplemente para contar los
latidos
del caos que invade tu
interior.
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