lunes, 25 de mayo de 2015

Conceptos vacíos

No puedo establecer relaciones ordinarias frente al mundo,
cómo liberar las cadenas cuando parecen alas,
cómo desvanecer en un suspiro el tenue reflejo de cordura,
más aún, atado a una entropía que nos sumerge.

El desván de los recuerdos nos atrapa
cual voraz tempestad desatada por las comisuras de sus labios.
Cómo deshacerse de la lluvia eterna
que acorrala el vaivén de cada estación desnuda.

Quizá las tormentas no postulen su omnipresencia
por estar secuestradas en sus propias secuelas.
Tal vez, el desafío de una partida a la vida
no sea más que rendir cuentas sin recompensa.

Frente a frente, ante el precipicio de la incongruencia;
los conceptos vacíos nunca manifiestan su ausencia.
La plenitud se basa en este principio sin final,
un ascenso acelerado de mercurios e impotencia.

No confío en el frío interno de la resignación,
en las rozaduras que dejaron de pisar los charcos.
Cómo permanecer impasible ante el alboroto de lágrimas errantes,
y, sin embargo, arraigadas en una monotonía insaciable.

El deshielo de cada intención se abalanza
dejando de prestar atención a los tempos.
El significado de promesa siempre dejó alusiones ocultas,
símbolos que marcan la salida de emergencia de los remordimientos.

No puedo tratar a las gotas de lluvia como tal,
como simples caídas precipitadas hacia el abismo,
como turbios entramados inconexos.
Cómo abrazar esa posibilidad y seguir huyendo.

He de decir que no se merecen dichas acotaciones,
rejas que las encarcelan sin más.
Un paraguas que cubre en un perímetro inferior al habitual
sin más dilación ni sujeción al concepto.

Érase una mujer de terciopelo con delirios de tejidos desnudos.
Allí, al fondo, donde la luz no parecía algo matinal, surgió la locura:
una mezcla de promesas impropias, preguntas testarudas y ropa interior.
Llovía.


Maribel Marín Jiménez



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