Se prenden las
llamas de la historia mientras un libro balancea la hoguera de las estanterías
ya muertas. Aparecen y desaparecen los escritores, van y vienen los escritos.
Quizá, hace algún tiempo los libros eran escritos por escritores, una obviedad
que en el siglo XXI parece diluirse en un charco de ansiedad. El lector lee,
pero ya no sabe lo que lee; el autor escribe pero, en realidad, hay veces que
no sabe escribir.
Hay más libros
que nunca. Siendo optimistas: a causa de que hay más formas de publicar, como
la autoedición. Tal vez, alguien diría que la producción de libros ha aumentado
porque existe una mayor libertad de expresión; o porque pudiese haber más
demanda, lo que llevaría a pensar que la sociedad ha aumentado su alimentación
cultural. Siguiendo el hilo, todo desembocaría en una luz al final del túnel,
la esperanza de Un mundo feliz o de un avance que a mí, personalmente,
me provocaría incluso la chispa necesaria para volver a encender la ilusión por
una sociedad mejor.
Siendo
pesimistas: (y en esta posición encuadro mi consciencia) ha aumentado la
cantidad de libros pero la calidad se tambalea entre gritos de desesperación.
Cualquier persona puede publicar un libro pero este hecho tiene un aspecto
negativo que golpea fuertemente a cualquier beneficio que pueda existir. Me
refiero a los filtros, ya no existen filtros. Comprendo a las personas que
defienden un mundo editorial sin filtros pero no comparto ni el más mínimo
resquicio de sus argumentos. Las librerías y, peor aún, las bibliotecas, quedan
repletas de libros que surgieron por el típico estado mental que todo ser
humano a experimentado alguna vez que es `voy a escribir un libro´. Libros que
surgen simplemente por impulsos y la mayoría de ellos crecen y crecen gracias
al dinero de su autor o a la fama que tiene determinado personaje. Libros que
ocupan un lugar imposible en cualquier repisa mal barnizada, que cojean en
ortografía casi de la misma forma que en literatura. Libros que no contienen
más que pensamientos que cualquiera con un mínimo de cinismo itinerante puede
procesar.
El incendio se
acerca mientras aceptamos que al entrar en una librería es obligatorio
especificar que buscamos libros de `escritores´ para poder seguir sobreviviendo.
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