Me había estado persiguiendo durante mucho tiempo y yo
había estado esquivando desde el principio mis propios deseos. Pero ya era
tarde. Fingí que ya nadie me vigilaba ni me escuchaba tras la puerta. Escondí
las respiraciones que caminaban tras de mí dibujando una silueta insoluble.
Dejé que me encontrara sin oponer resistencia.
Durante días, aparenté haberme
olvidado de él, como si no estuviera, como si aún tuviera derecho a
desaparecer. Y elegí una noche para que acabase todo esto. Miré el reloj, me
apetecía decidir sobre la propia suerte de mi asesino. Reconozco que me vestí
de color rojo a consciencia, me puse aquellos pendientes con los que le vi por
primera vez. Los zapatos eran de charol, de esos tacones que dejan tras de sí
un eco inmune. La chaqueta me iba a estorbar, así que la coloqué en la percha
para que cuando te llamaran para recoger mis cosas de la habitación no
estuviera arrugada. A parte de eso, solo llevaba rímel deseoso de acariciar mis
mejillas paralelo a diluidos salinos.
Salí a la calle hasta
encontrarme con sus pasos. Él ya no se escondía. Manteníamos la misma distancia
que separaba las esquinas de nuestra cama de matrimonio. Adoraba el olor a
césped recién cortado, el ruido doloroso del silencio a media noche, las farolas
que se acuestan porque sí. Me dirigí hacia el lugar donde me di cuenta de que
me perseguían por primera vez. Detuve mis pasos, me giré hacia atrás y le miré
a los ojos. Me sonrió y le rocé los labios con mis dedos fríos y temblorosos.
Con la mano izquierda me acarició el pelo, con la derecha me dibujó un río de
delirio que se desbordaba desde mi pecho. Sentí calor, mis mejillas empezaron a
tornarse cálidas a la vez que tiritaban. Notaba cómo mis costillas se iban
despedazando hasta que, por fin, una punzada rozó tan dentro de mí que me hizo
esbozar una sonrisa. Un nudo en la garganta pudo detener mi forma cruel de
darle las gracias.
No sentí nada más, creo que me
duele ahora más que aquella noche. Sólo recuerdo que se volvió tembloroso y me
puso su mano en el pecho para frenar el río que se me desbordaba. Introdujo su
mano en mi pecho hasta hacer que formara parte de mi cuerpo. Aún siento sus
dedos enlazados en la incoherencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario