Me surge un dilema, un conflicto, casi una batalla
de tantas que se desencadenan en mi guerra particular cuando mis sentidos se
enervan. El silencio es mi fiel aliado, cuando él no está finjo ser una persona
más de esas que caminan cabizbajas para sí mismas. Pero inconscientemente lo
busco, lo necesito cada vez más. En realidad no sabría explicarlo. Quizá no lo
entienda ni yo. Fuera todo son voces y a veces consigo sumergirme en ellas sin
que nadie averigüe mi camuflaje. Pero otras veces no puedo esconderme. Dentro
de mí las voces se escuchan más fuerte y entonces debo de silenciar las voces
de fuera para expulsar las de dentro. Es algo así como un límite que debo
controlar, el hilo de seda mental de un equilibrista.
Existen dos formas de controlar
esa locura: una es intentar hablar con esas voces interiores, contradecir todo
lo que digan, negarlas y esperar. Otra es escribir, comercialmente a esta
locura se le llama inspiración pero el que escriba por necesidad sabe que en
realidad es la única medicación que contrarresta esas voces. Lo demás es sólo
dinero.
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