martes, 17 de septiembre de 2013

“El hombre que sabe escribir es superior a los demás”


Entrevista a Raúl del Pozo en el Café Gijón



¿Qué les aconsejaría a los estudiantes de periodismo?
Los consejos no valen para nada. Siempre cuento lo que dijo Hemingway a una señora que tenía un hijo periodista. Dijo la señora: “¿qué hago con mi hijo que quiere ser periodista?” y le contestó Hemingway: “dele cien dólares y que se vaya al infierno”
El único consejo es que si no aman la profesión endemoniadamente es mejor que no la sigan. Que tengan una vocación irresistible, porque es una profesión bella pero difícil.

¿Les diría que se quedaran en España o  les aconsejaría que se fueran a otro país?
Hay mucha gente que se va al Aeropuerto de Barajas buscándose la vida porque vivimos en una recesión salvaje y sobre todo para los jóvenes. Sin embargo yo creo que el periodismo, como vivimos en la era de la comunicación, tiene mucho futuro. Yo sé que estamos pasándolo muy mal en este momento los periodistas, los que trabajan y los que van a trabajar, pero lo importante no es internet o el papel, no son los soportes. Lo importante es la imaginación y el talento. Hace falta meter en las tripas de los medios tanta imaginación, talento, noticias e ideas que al final va a ser una profesión posible.

La mayoría de los jóvenes se están quejando, están acudiendo a manifestaciones y están indignados. ¿Usted está indignado?
Sí, por supuesto. Y tienen razón. Lo que tienen que hacer es tomar el poder. Echarnos a patadas a los que estamos sentados en una silla dando doctrina.

¿Qué opina de la situación actual de España?
Vivimos en uno de los peores momentos de la Historia. España tiene momentos fulgurantes, como los tuvo entre 1570 y 1616 cuando unos cabreros, unos gañanes, se metieron en unas barcas y conquistaron el mundo. Atravesaron los océanos, las líneas equinocciales y crearon la mejor literatura del mundo. Luego hubo dos o tres siglos muy malos y llegó la última democracia y fue muy hermosa. Hicimos un milagro. España llegó con la democracia a codearse con las grandes naciones. Y en un momento se cayó todo como si le pegaran una pedrada a un helicóptero de la última generación. Todo lo que habíamos levantado en quince años se cayó en quince horas.

¿Qué transformaciones ha notado desde que usted empezó en el periodismo hasta los actuales estudiantes de periodismo?
Cuando empecé en el periodismo era diferente, también era muy difícil. Siempre ha sido difícil. Creo que entonces el periodismo aún era una pasión pura, era como la legión, una pasión romántica. Nos matábamos porque nos firmaran un reportaje en primera página. Yo creo que en este momento la profesión ha ganado en ilustración pero ha perdido en coraje y en romanticismo.

¿Cómo vivió sus inicios en el periodismo?
Empecé en el diario de Cuenca porque intuía (me he equivocado en todo pero tenía una intuición de niño) que el hombre que sabe escribir es superior a los demás, es el que más se parece a Dios, el que es capaz de crear mundos, paisajes, historias, aventuras. Después me lo han confirmado Galván y otros, el escriba es el oficio superior siempre, el que se sentaba al lado del faraón. Yo consideraba que la profesión de escribir era la más hermosa de todas y me lo ha confirmado la vida. Es un oficio apasionante, hermoso, en el que es muy difícil abrirse camino, rodeado de envidia, miseria y mediocridad, pero es una profesión que vale la pena.

¿Recuerda alguna anécdota, algo que le haya marcado en sus comienzos?
Yo trabajaba en la Agencia Eurofoto con un fotógrafo haciendo cosas del corazón,  lo que hacía es poner pies. Recuerdo que hicimos un reportaje que se titulaba “La reina Fabiola abandona sus perros”, y fue porque la reina cuando se casó dejó unos perros y ladraban mucho. El fotógrafo se coló e hizo una foto de los perros desesperados y con esa historia vivimos tres o cuatro meses. Umbral fue el que me colocó en Eurofoto, dónde él había trabajado antes.
Otra cosa que me ocurrió fue que hablé con los poceros, unos eran de Cuenca, y me dijeron que Madrid estaba rodeado de ratas, que si quería verlas por la mañana me fuera con uno de ellos. Así que nos pusimos máscaras y botas y entramos a las cloacas de la ciudad y estuvimos viendo las ratas todo el día con un fotógrafo que era cojo. Después llamé al periódico y se publicó en el diario Pueblo. Y de esa forma entré en el diario, por el reportaje que se llamaba “Madrid amenazado por las ratas” y por José María García que habló de mí. Cuando todo parece imposible en este oficio surgen milagros, y el milagro es la idea, la noticia, algo que ocurre y tú estás allí para contarlo.

¿Cómo eran las tertulias del Café Gijón?
En los años 60 y 70 cuando empezábamos esto era como nuestro cuarto de estar. Igual que a la calle Victoria iban los toreros, aquí veníamos los `maletillas´ de la gloria del periodismo. Entrábamos al Café Gijón y aunque no teníamos ni para pagar la pensión pero nos codeábamos con Fernando Fernán Gómez, Gerardo Diego, Paco Rabal, Antonio Gades, con todas las estrellas que en ese momento iban al Café. Era el momento de la gloria literaria e íbamos porque aunque no tuviéramos dinero siempre había alguien que nos invitaba a un café.

Me comentaron desde el Café que ya no suele venir mucho ¿Por qué?
En la mesa en la que yo estaba han `palmado´ todos. Venía porque teníamos una partida en la que estaba José Luis Coll, Tola, El Estudiante (Sancho Gracia),  pero han ido `palmando´ y al final… No quedamos más que Álvaro de Luna y yo. Por eso no vengo al Café Gijón, porque sólo veo espectros. También el Café ha cambiado, se vive en otra época, los jóvenes escritores ya no son de tertulia como antes (seguramente es porque ya tienen apartamento para vivir).

¿El Café Gijón tal vez es un lugar para inspirarse al escribir las columnas?
No. Yo al Café iba para dar sablazos,  para calentarme cuando tenía frío y para encontrarme a escritores como Umbral que una vez me dijo (lo cuenta en el libro Travesía de Madrid) que me dio mi primer abrigo, mi primera amante y mi primer trabajo. De las tres cosas la única que me dio de verdad fue mi primer trabajo.

¿Cómo encuentra los temas apropiados para hacer las columnas?
Para mí la columna es un reportaje de 460 palabras. Lo importante es no desconectarte nunca de la realidad, no vivir como un español sentado con mala leche aprovechando la columna para meterte con la gente, sino contar lo que pasa. El periodismo no creo ni que sea contrapoder, que ahonde las libertades, que es bueno para la democracia… Yo creo que es algo más simple, más sencillo: es contar lo que pasa joda o moleste a quien joda o moleste. Pero los periodistas a veces se creen que tienen una misión en la vida que es salvar la democracia, salvar el país. Creo que es un trabajo más modesto. En mi caso es contar algo al lector que le interese, que le apasione, si es posible que le ilustre, que no le aburra, que ocurra de verdad y cobre todo que sea actual.

¿Cuánto tiempo tarda en escribir sus columnas?
A Ruano le preguntaron: “¿es verdad, don César que tarda sólo diez minutos en escribir una columna?” y contestó:”no, tardo sesenta años”. En hacer una columna se puede tardar media hora, pero realmente la lleva uno pensando y viviendo la edad que tenga.

¿Escribe para el público o escribe para sí mismo?
Escribo para que me paguen. Alguien dijo cínicamente:”no escribo para que me lean, escribo para que me paguen”. La profesión esta es muy hermosa y uno necesita saber que hay alguien detrás. A veces, cuando se escribe de una forma oscura, críptica, la gente no lo entiende. A mí me han criticado a veces porque soy demasiado barroco, por eso cada vez escribo más sencillo. Escribo para la gente. Es emocionante cuando vas por la calle y encuentras a alguien que te ha leído y se acuerda de artículos o pasajes de libros de los que tú ya no te acuerdas.

¿Qué le es más fácil: escribir novelas o columnas?
Para mí es el mismo oficio. Un periodista le llevo un reportaje al redactor jefe y no se lo aceptó porque era demasiado largo y le dijo el periodista: “aquí traen el Quijote y no te lo publican” y le dijo el redactor jefe:”te lo publicamos si dices el lugar exacto de la Mancha donde nació Don Quijote y lo haces en folio y medio”.

¿Escribir es interpretar a un personaje?
En la novela sí. El periodismo es contar lo que pasa, estar sentado delante de la linotipia y contar cómo están atracando el banco de en frente.

¿Influye la vida periodística en la vida personal?
Yo creo que es lo mismo. Los periodistas hemos sido trasnochadores, bohemios, bebedores… porque lo lleva la profesión. Ahora hay gente más ordenadita. Pero en aquella época eran unos canallas, para ser periodista no había que ser caballero como ahora.

¿Qué opina de las redes sociales?
Son apasionantes. Por eso cuando veo a los jóvenes asustados digo: “si es que ahora para hacer el New York Times no hay que montar una empresa, se puede hacer un periódico entre dos”. Son tantos los soportes, hay tanto para escribir que yo no sé cómo se está parado. Lo difícil es cobrar, pero trabajar no.

¿Twitter es periodismo?
Claro que lo es. Es una nueva forma de periodismo, una nueva retorica, lenguaje. Lo que pasa es que está destruyendo al periodismo de papel, igual que la imprenta destruyó a la literatura anterior. Los periódicos se están hundiendo por falta de publicidad y por la crisis económica. Pero, por otro lado, el gusano dará una mariposa. Asistiremos a la metamorfosis. Está naciendo un nuevo mundo, un periodismo nuevo, una nueva literatura, una nueva manera de contar las cosas. Y en medio de eso hay mucho gilipollas que aprovecha las redes en vez de para hacer poemas o contar noticias las emplean para insultar a la gente.

¿Qué ha cambiado con las redes sociales?
Ya no son los sacerdotes, los escribas, los enviados del poder los intermediarios para que haya relación entre el poder y el pueblo. Ahora es el pueblo el que escribe. Es un cambio extraordinario que todo el mundo pueda ser periodista. Una democratización total de la información. También tiene sus desventajas porque puede ser utilizado por sectas, por terroristas, pero es muy bueno porque todo el mundo tiene acceso a la información.

¿Qué opina sobre los jóvenes estudiantes de periodismo?

Pienso que el periodismo es una pasión como el amor. No valen los consejos, ni la técnica, ni ir a la universidad. Se aprende en las esquinas como la prostitución, en las autovías, en las casas de socorro. La universidad del periodista es la calle, es la comisaría, es tomar whisky con el hielo de los cadáveres de Primera plana. 

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