Entrevista
a Raúl del Pozo en el Café Gijón
¿Qué les aconsejaría a los
estudiantes de periodismo?
Los consejos no valen para nada. Siempre
cuento lo que dijo Hemingway a una señora que tenía un hijo periodista. Dijo la
señora: “¿qué hago con mi hijo que quiere ser periodista?” y le contestó Hemingway:
“dele cien dólares y que se vaya al infierno”
El único consejo es que si no aman la profesión
endemoniadamente es mejor que no la sigan. Que tengan una vocación
irresistible, porque es una profesión bella pero difícil.
¿Les diría que se quedaran en
España o les aconsejaría que se fueran a
otro país?
Hay mucha gente que se va al Aeropuerto de Barajas
buscándose la vida porque vivimos en una recesión salvaje y sobre todo para los
jóvenes. Sin embargo yo creo que el periodismo, como vivimos en la era de la
comunicación, tiene mucho futuro. Yo sé que estamos pasándolo muy mal en este
momento los periodistas, los que trabajan y los que van a trabajar, pero lo
importante no es internet o el papel, no son los soportes. Lo importante es la
imaginación y el talento. Hace falta meter en las tripas de los medios tanta
imaginación, talento, noticias e ideas que al final va a ser una profesión
posible.
La mayoría de los jóvenes se
están quejando, están acudiendo a manifestaciones y están indignados. ¿Usted
está indignado?
Sí, por supuesto. Y tienen razón. Lo que tienen que
hacer es tomar el poder. Echarnos a patadas a los que estamos sentados en una
silla dando doctrina.
¿Qué
opina de la situación actual de España?
Vivimos en uno de los peores momentos de la Historia.
España tiene momentos fulgurantes, como los tuvo entre 1570 y 1616 cuando unos
cabreros, unos gañanes, se metieron en unas barcas y conquistaron el mundo.
Atravesaron los océanos, las líneas equinocciales y crearon la mejor literatura
del mundo. Luego hubo dos o tres siglos muy malos y llegó la última democracia
y fue muy hermosa. Hicimos un milagro. España llegó con la democracia a
codearse con las grandes naciones. Y en un momento se cayó todo como si le
pegaran una pedrada a un helicóptero de la última generación. Todo lo que
habíamos levantado en quince años se cayó en quince horas.
¿Qué
transformaciones ha notado desde que usted empezó en el periodismo hasta los
actuales estudiantes de periodismo?
Cuando empecé en el periodismo era diferente,
también era muy difícil. Siempre ha sido difícil. Creo que entonces el
periodismo aún era una pasión pura, era como la legión, una pasión romántica.
Nos matábamos porque nos firmaran un reportaje en primera página. Yo creo que
en este momento la profesión ha ganado en ilustración pero ha perdido en coraje
y en romanticismo.
¿Cómo
vivió sus inicios en el periodismo?
Empecé en el diario de Cuenca porque intuía (me he
equivocado en todo pero tenía una intuición de niño) que el hombre que sabe
escribir es superior a los demás, es el que más se parece a Dios, el que es
capaz de crear mundos, paisajes, historias, aventuras. Después me lo han
confirmado Galván y otros, el escriba es el oficio superior siempre, el que se
sentaba al lado del faraón. Yo consideraba que la profesión de escribir era la
más hermosa de todas y me lo ha confirmado la vida. Es un oficio apasionante,
hermoso, en el que es muy difícil abrirse camino, rodeado de envidia, miseria y
mediocridad, pero es una profesión que vale la pena.
¿Recuerda
alguna anécdota, algo que le haya marcado en sus comienzos?
Yo trabajaba en la Agencia Eurofoto con un fotógrafo haciendo cosas del corazón, lo que hacía es poner pies. Recuerdo que
hicimos un reportaje que se titulaba “La reina Fabiola abandona sus perros”, y
fue porque la reina cuando se casó dejó unos perros y ladraban mucho. El
fotógrafo se coló e hizo una foto de los perros desesperados y con esa historia
vivimos tres o cuatro meses. Umbral fue el que me colocó en Eurofoto, dónde él
había trabajado antes.
Otra cosa que me ocurrió fue que hablé con los poceros,
unos eran de Cuenca, y me dijeron que Madrid estaba rodeado de ratas, que si quería
verlas por la mañana me fuera con uno de ellos. Así que nos pusimos máscaras y
botas y entramos a las cloacas de la ciudad y estuvimos viendo las ratas todo
el día con un fotógrafo que era cojo. Después llamé al periódico y se publicó
en el diario Pueblo. Y de esa forma entré en el diario, por el reportaje que se
llamaba “Madrid amenazado por las ratas” y por José María García que habló de
mí. Cuando todo parece imposible en este oficio surgen milagros, y el milagro
es la idea, la noticia, algo que ocurre y tú estás allí para contarlo.
¿Cómo
eran las tertulias del Café Gijón?
En los años 60 y 70 cuando empezábamos esto era como
nuestro cuarto de estar. Igual que a la calle Victoria iban los toreros, aquí
veníamos los `maletillas´ de la gloria del periodismo. Entrábamos al Café Gijón
y aunque no teníamos ni para pagar la pensión pero nos codeábamos con Fernando
Fernán Gómez, Gerardo Diego, Paco Rabal, Antonio Gades, con todas las estrellas
que en ese momento iban al Café. Era el momento de la gloria literaria e íbamos
porque aunque no tuviéramos dinero siempre había alguien que nos invitaba a un
café.
Me
comentaron desde el Café que ya no suele venir mucho ¿Por qué?
En la mesa en la que yo estaba han `palmado´ todos.
Venía porque teníamos una partida en la que estaba José Luis Coll, Tola, El
Estudiante (Sancho Gracia), pero han ido
`palmando´ y al final… No quedamos más que Álvaro de Luna y yo. Por eso no
vengo al Café Gijón, porque sólo veo espectros. También el Café ha cambiado, se
vive en otra época, los jóvenes escritores ya no son de tertulia como antes
(seguramente es porque ya tienen apartamento para vivir).
¿El
Café Gijón tal vez es un lugar para inspirarse al escribir las columnas?
No. Yo al Café iba para dar sablazos, para calentarme cuando tenía frío y para
encontrarme a escritores como Umbral que una vez me dijo (lo cuenta en el libro
Travesía de Madrid) que me dio mi primer abrigo, mi primera amante y mi primer
trabajo. De las tres cosas la única que me dio de verdad fue mi primer trabajo.
¿Cómo
encuentra los temas apropiados para hacer las columnas?
Para mí la columna es un reportaje de 460 palabras.
Lo importante es no desconectarte nunca de la realidad, no vivir como un
español sentado con mala leche aprovechando la columna para meterte con la
gente, sino contar lo que pasa. El periodismo no creo ni que sea contrapoder,
que ahonde las libertades, que es bueno para la democracia… Yo creo que es algo
más simple, más sencillo: es contar lo que pasa joda o moleste a quien joda o
moleste. Pero los periodistas a veces se creen que tienen una misión en la vida
que es salvar la democracia, salvar el país. Creo que es un trabajo más
modesto. En mi caso es contar algo al lector que le interese, que le apasione,
si es posible que le ilustre, que no le aburra, que ocurra de verdad y cobre
todo que sea actual.
¿Cuánto
tiempo tarda en escribir sus columnas?
A Ruano le preguntaron: “¿es verdad, don César que
tarda sólo diez minutos en escribir una columna?” y contestó:”no, tardo sesenta
años”. En hacer una columna se puede tardar media hora, pero realmente la lleva
uno pensando y viviendo la edad que tenga.
¿Escribe
para el público o escribe para sí mismo?
Escribo para que me paguen. Alguien dijo
cínicamente:”no escribo para que me lean, escribo para que me paguen”. La
profesión esta es muy hermosa y uno necesita saber que hay alguien detrás. A
veces, cuando se escribe de una forma oscura, críptica, la gente no lo
entiende. A mí me han criticado a veces porque soy demasiado barroco, por eso
cada vez escribo más sencillo. Escribo para la gente. Es emocionante cuando vas
por la calle y encuentras a alguien que te ha leído y se acuerda de artículos o
pasajes de libros de los que tú ya no te acuerdas.
¿Qué
le es más fácil: escribir novelas o columnas?
Para mí es el mismo oficio. Un periodista le llevo
un reportaje al redactor jefe y no se lo aceptó porque era demasiado largo y le
dijo el periodista: “aquí traen el Quijote y no te lo publican” y le dijo el
redactor jefe:”te lo publicamos si dices el lugar exacto de la Mancha donde
nació Don Quijote y lo haces en folio y medio”.
¿Escribir
es interpretar a un personaje?
En la novela sí. El periodismo es contar lo que
pasa, estar sentado delante de la linotipia y contar cómo están atracando el
banco de en frente.
¿Influye
la vida periodística en la vida personal?
Yo creo que es lo mismo. Los periodistas hemos sido
trasnochadores, bohemios, bebedores… porque lo lleva la profesión. Ahora hay
gente más ordenadita. Pero en aquella época eran unos canallas, para ser
periodista no había que ser caballero como ahora.
¿Qué
opina de las redes sociales?
Son apasionantes. Por eso cuando veo a los jóvenes
asustados digo: “si es que ahora para hacer el New York Times no hay que montar
una empresa, se puede hacer un periódico entre dos”. Son tantos los soportes,
hay tanto para escribir que yo no sé cómo se está parado. Lo difícil es cobrar,
pero trabajar no.
¿Twitter
es periodismo?
Claro que lo es. Es una nueva forma de periodismo,
una nueva retorica, lenguaje. Lo que pasa es que está destruyendo al periodismo
de papel, igual que la imprenta destruyó a la literatura anterior. Los
periódicos se están hundiendo por falta de publicidad y por la crisis
económica. Pero, por otro lado, el gusano dará una mariposa. Asistiremos a la
metamorfosis. Está naciendo un nuevo mundo, un periodismo nuevo, una nueva
literatura, una nueva manera de contar las cosas. Y en medio de eso hay mucho
gilipollas que aprovecha las redes en vez de para hacer poemas o contar
noticias las emplean para insultar a la gente.
¿Qué
ha cambiado con las redes sociales?
Ya no son los sacerdotes, los escribas, los enviados
del poder los intermediarios para que haya relación entre el poder y el pueblo.
Ahora es el pueblo el que escribe. Es un cambio extraordinario que todo el
mundo pueda ser periodista. Una democratización total de la información.
También tiene sus desventajas porque puede ser utilizado por sectas, por
terroristas, pero es muy bueno porque todo el mundo tiene acceso a la
información.
¿Qué
opina sobre los jóvenes estudiantes de periodismo?
Pienso que el periodismo es una pasión como el amor.
No valen los consejos, ni la técnica, ni ir a la universidad. Se aprende en las
esquinas como la prostitución, en las autovías, en las casas de socorro. La
universidad del periodista es la calle, es la comisaría, es tomar whisky con el
hielo de los cadáveres de Primera plana.
Una entrevista muy interesante...
ResponderEliminarSaludos
Mark de Zabaleta