La televisión era ese aparatito
visiblemente indefenso que decoraba el salón. Era, además, un artilugio con
tantas dosis de ingenuidad que su efecto se torna malévolo e insidioso. Era,
casi, un utensilio malcriado que terminaba por dejarse ver en todas las
habitaciones de la casa, un objeto consentido y mimado que no cesaba de musitar
entonando unos mensajes manipulados que daban la acústica perfecta con un alto
grado de lloriqueos y sollozos. Era y es, no sé qué tiempo verbal es peor, el
centro de atención. Un parquímetro voluntario que cuenta las horas bajas y las
mentes distraídas; la pena es que no tenemos por qué echarle monedas, pero se
las echamos.
Groucho Marx era uno de los pocos que
se retiraban a otra habitación a leer un libro cuando alguien encendía la
televisión, puede que fuera el único. Y es que “no se percatan de que la
televisión es tal vez aún peor que la escuela obligatoria”, como decía Pier Paolo Pasolini. Aunque dicen que cada vez vemos menos la televisión: La
Vanguardia publicaba hace poco que el consumo de televisión había bajado según
datos de Katar Media. Ahora se supone que vemos la televisión alrededor de
cuatro horas al día de media por persona. Pero creo que el problema no está en
el tiempo que le dedicamos a la televisión, sino en qué programa, serie,
informativo o debate vemos en esas cuatro horas.
Una conversación, de esas matutinas que
no llevan a ninguna parte en la mayoría de los casos, sobre la `despedida´ de Ferran Monegal de la televisión
despertó mi impotencia ante esas sentencias y frasecillas acomodadas (como las
referidas a lo mala que es la televisión, qué ironía) y luego de manifestarlas
se olvida y vapulea su sentido. Ahí estaba Monegal calificando de falsos a los
programas de opinión y debate, adjetivando al mundo de teledirigido, y
atribuyéndonos a los periodistas calificativos como tambores o portavoces, “se
va hacia una profesión de relaciones públicas”. Y es que en realidad, tiene
toda la razón.
Estoy muy de acuerdo con tus anotaciones. La televisión se convirtió en un aparato que gobernó, hasta cierto punto, nuestras vidas. Somos menos adaptables, si no tenemos un televisor a la mano, un teléfono móvil o un iPod.
ResponderEliminarEs triste, pero es la realidad. Yo sí lo conjugaría en presente; por lo tanto, es un grave problema.