Ojalá
fuésemos capaces de ser coherentes. Ojalá ese autor que imaginamos al leer un
libro no fuese el mismo que desgarra la tinta de una pluma desangrada al firmar
con adornos su propia obra en una caseta de la Feria del Libro. Ojalá que ese
escritor cuyo comportamiento creamos en nuestra mente al pasar con delicadeza
las páginas de un libro no fuese el mismo que presenta su obra en un evento
fetichista y politizado. Ojalá que esa cuenta de Twitter que lanza versos entre
un Time Line de contradicciones no fuese aquel literato de presencia aduladora.
Me atrevería a decir que usted
también ha tenido esta sensación. Un escritor es simplemente un ejemplo. Pero
hay numerosos momentos en los que se
espera mucho de algo, se idealiza, y al final sólo quede decepción. Un
cantautor, un poeta o un periodista tal vez. Y es que hay un trecho muy grande
entre la individualidad y la globalidad, tanto que estos dos conceptos cambian
la forma de ser de las personas, en la práctica. Para bien o para mal,
generalmente inclinado hacia el adjetivo negativo, nos comportamos de forma
distinta dependiendo del contexto. Habría que pararse a pensar con que `forma
de ser´ La Pardo Bazán quería cubrirse cuando empezó a arrojar papelitos con
versos patrióticos a los soldados que volvían de África. Contextos. Parpados
hinchados por orillas de razones. Ahora, las redes sociales potencian esa
divergencia de personalidades, es una mezcla turbia y homogénea de
individualidad y globalidad en cantidades parecidas.
Que aquellas 12000 palabras que
Cervantes utilizaba en sus obras no fuesen las 500 o 600 que un estudiante use
para describir toda su biografía. Que aquel contenido que tanto importaba a
Azorín no fuera el mismo fondo desesperado que le interesa a Pérez Reverte. Que
aquella figura que derrite los inviernos en primaveras no fuese la misma que no
diferencia las estaciones. Que aquella manera de describir el trayecto de una
lágrima no fuera la forma con la que se provoca.
Pero
sí son las mismas. Somos así de incoherentes.
Columna publicada en La Opinión de Málaga el 7 de junio de 2013
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