jueves, 30 de mayo de 2013

Libertad condicional


De esa forma tan sutil, rellenando recipientes con la testosterona de las calles baldías. En ese afán recurrente de sopesar vasos medio llenos o medio vacíos. Cuando se sabe perfectamente que el sayo de este mes cuarentón se prevé entre fríos, casi congelados, botellines con la espuma traumatizada entre manos temblorosas, mocasines despectivos y pañuelos vapuleados por los remordimientos disuasorios allá en Moncloa. La libertad siempre se cuestiona, hasta en los versos.

            Desde la segunda mitad del siglo XIX la poesía ha ido dejando atrás, con Walt Whitman a la cabeza y aquellas palabras de Stéphane Mallarmé, esas rejas, esas cárceles llenas de ritmos perversos y rimas estudiadas. Testaruda defensora de la libertad, bajo la cabeza con impotencia al referirme a los omnipresentes encarcelamientos: prisiones en forma de teorías, reglas a seguir a la hora de manifestar la creatividad. ¿No es contradictorio? ¿Cómo se puede acotar la tinta de una pluma hasta en los centros educativos? Juan Ramón Jiménez, ese señor con barba tozuda y obstinada, dio alas a la lírica en España y desde entonces muchos poetas se han decantado por el verso libre, generación a generación se han ido deshilachando los pespuntes de la poesía llegando a convertirse en la más exquisita inspiración a borbotones, pese al enfrentamiento con el verso libre de Antonio Machado entre otros. Ahora, quizá, es como si se quiera volver de alguna forma a aquellas métricas tan elegantes como rígidas. La escritura de Luis Alberto de Cuenca es prueba de esa necesidad recuperar algo que, en realidad, nunca se ha perdido.

            Cualquier cosa que se perfecciona demasiado acaba cayendo en la miseria de lo artificial, del deseo fingido, del culmen más inútil. Como decía Daniel Dennett en relación a la construcción del soneto: “esto nos obliga a abandonar algunas de las excelencias conseguidas con dificultades y así sucesivamente, dando vueltas y más vueltas”.

Para Sanislaw Ulam esta artificialidad sería una muestra de creatividad. Pero, ¿cuál es el límite?


Columna publicada en La Opinión de Málaga el 30 de mayo de 2013                                                                              
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