Impotencia:
es esa sensación similar a la que aparece cuando estás inmersa en unas
escaleras mecánicas, da igual si son de un centro comercial o de un metro que
casi no existe, por ahora. Hago referencia a esa percepción que se tiene a
veces, como si se parase el tiempo. Piense en un lugar en el que haya muchas
escaleras mecánicas, mujeres y hombres suben y bajan, la mayoría caminan rápido
e inconscientes casi de cualquier cosa que no sea la velocidad. Diferentes
rostros, distintas expresiones, una amalgama de interjecciones se columpian por
los peldaños. La quietud de una sombra hace voluble esa sensación. Bien, pues el
periodismo es justo esa escalera.
El tema de la crisis del periodismo ya es un
tópico, pero las secuelas golpean fuertemente a la cordura. El número de
peldaños parece no acabarse nunca, no se llega a ninguna parte. Día a día se
desencadenan las batallitas y si no hay armas nos las inventamos. Papel o
pantalla, periodismo tradicional o digital. Las trincheras psicológicas se han
hecho añicos mientras nos divertíamos probando cacharros nuevos. Al principio todo
era predecible, divertido incluso; el primer peldaño: gratuidad contra
tradición. Después, todo lo barato se vuelve caro y todo lo que antes era más o
menos íntegro se difumina.
Un señor, imagínese, con corbata
bien anudada y decoroso pañuelo de bolsillo, desciende en esa escalera leyendo El espíritu de las leyes de Montesquieu.
Otro, quizá más despreocupado en sus vestiduras, trepa rápidamente con la banda
sonora de Matrix resurgiendo en sus auriculares. Es casi irónico, dos mundos
antagónicos, tanto que quedan atrapados por momentos. Mientras marzo despide la
nieve en escaleras mecánicas, la ventisca que los artículos de Marat pudieron dejar,
seguimos teorizando, para variar. Inventar finales nunca se nos dio demasiado
mal, el fin justifica los medios pero, ¿cuál es el fin? Panem et
circenses.
Columna publicada en La Opinión de Málaga el 7 de marzo de 2013
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