Con una pasividad contagiosa han
pasado miles de alumnos por las aulas de cualquier facultad remota. Muchos
estudiantes dejaron y, quizá, aún siguen dejando sus proyectos de futuro en el césped
de un campus junto a los restos de cerveza y de humo prefabricado. Y, después,
cuando limpiaron los alrededores de aquella Universidad a pedazos, algunos de
ellos siguieron allí pero simplemente recordando.
A usted, tal vez, no le
gustaría vivir esa realidad que se repite hasta la saciedad. Probablemente, no
quiera terminar sus estudios y volver a su lugar de origen como si nada. Se
levanta cada día y cede al frío invierno los bostezos de desaliento. Con la
bufanda cubriéndose hasta las mejillas recorre la distancia que le separa del centro
en el que se suponen que le van a preparar para obtener un empleo. Depende de
la suerte que tenga, lo que aprende en ese camino de demagogia, por llamarlo de
alguna forma, puede no servirle para nada. Quizá, además de estudiar, trabaje
para hacer frente a sus gastos, ya no ofrecen becas ni para cubrir lo que
cuestan las fotocopias. Aunque, trabaja aceptando que `hemos vivido por encima
de nuestras posibilidades. Claro. El currículo se asusta con usted cada día y por
mucho que hace para quitarle el miedo nada es suficiente en España. Incluso
puede que llegue a cobijar tanto terror que ha recurrido a las banalidades
inexorables que concentran los cursillos multiusos.
No es nadie, se lo
recuerdan cada día. Nada de lo que haga será suficiente, nunca estará preparado
totalmente en este país. Más aún, aunque lo esté, siempre tendrá más familiares
el que se suponía que le iba a dar trabajo. Valore si le interesa quedarse aquí,
sin decir nada, sosteniendo estás palabras entre sus dedos. O vuele hacia dónde
los derechos no se llamen posibilidades.
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