- ¿No vas a decir nada? –
No.
No iba a hacerlo.
Recorrer el silencio es
la más mortífera agonía.
Cae la tinta.
Se derrama.
Se derrite.
Aturdido,
mira al suelo
donde gotean,
desperdigadas y dóciles,
las magulladuras de sus
entrañas.
Siente calor en el pecho,
como si la silueta de su
morfología cardíaca se rompiese.
Como si dentro de él,
en la más profunda
alegoría,
creciese algún tipo de
vida silvestre.
La tinta vuelve a darse
de bruces.
Se asfixia.
Se desvanece.
Espinas desde su vientre,
contando pecas y
amaneceres,
soslayando pétalos,
sumergiéndose en un rojo
fluido,
desde su cavidad
torácica.
Explota, de golpe,
como un mar de glóbulos
rojos,
¡como si no tuvieran
derecho a liberarse!
entre la tinta,
entre sus pupilas
volátiles.
Desfallece la tinta.
Se desmaya.
Se desangra.
Hay tintas que derraman la inspiración y la escriben con sentimientos...
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