Más por costumbre que por creencia, se suele cambiar
la decoración por Navidad: lazos, campanitas, calcetines… y, por supuesto, el
árbol. También turrones y otros medicamentos contra los prejuicios. Esta fecha
se impone como orden del día. En un festín de hostilidades se conmemora todo:
lo jugoso, lo parlamentario, lo indignante, lo sensacionalista. Es absurdo
poder de determinar cada cronograma de vivencias a puntuales homicidios, una
fatídica división del tiempo en forma de coincidencias. Toda la entropía
familiar hace hueco a la fe, o a la simulación de ella. El Portal de Belén se
adueña del espacio, de la nieve artificial y de los retazos de conciencia. Cada
año, las figuritas que conforman ese altar sin reticencias iban aumentando; eran
una colección de ocurrencias que iban tomando forma, o eso parecía. Los niños
jugaban con esas figuras como si de una casa de muñecas se tratase y el resto
de la familia casi llegaba a sustituir a la caja tonta por aquel esporádico
rincón de figuraciones. Casi.
Bajan las temperaturas y en ese
convencional portal también. Por un cambio en la `ingenuidad´ del Papa, dejamos
de calentar a Jesús. El buey y la mula, la calefacción que parecía impasible en
el pesebre, se deshacen ahora por obra y gracia. Quizá el calentamiento global
haya modificado algunas piezas de esa historia que, por afán de unos y
minimalismo de otros, prescinde de matices. Tal vez un ERE (expediente de regulación
de empleo) justifique la desaparición de animalitos con sino de funcionarios en
El Portal. Por suponer, puede que ahora prevalezca la independencia por encima
de todo y Artur Mas sea el precursor de ese efecto tramoya. ¡Ah! No, que la
eliminación del buey y la mula del pesebre la dicta la Biblia.
El Papa, con totales facultades
para destruir, que no transformar, hábitos de bienaventurados, destapa el
desahucio de los pobres animalitos. Pueril falacia para vender un libro. Arturo
Pérez-Reverte, se las ingeniaría de otra forma, o no. Ya sé, la culpa la tiene
la patente de corso. El escritor y periodista español se apropia de ella por el
navío alquilado que constituyen sus intervenciones. El Papa… El Papa es el que
las otorga.
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