Y Dios creó la infancia para nada.
Sí,
ese señor con inmaculada ronquera.
Sí,
esa niñez con tinieblas a la espera.
Tuvo la sutileza de alejarse al pecar
y quejarse,
encima,
de lo que no pudo lograr.
Maldijo las tempestades del subsuelo.
Maldigo,
yo,
su impostora debilidad.
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