jueves, 8 de noviembre de 2012

El oficio de fingir




“Yo no vivo, sólo finjo que lo hago”,  decía Jean-Louis Trintignant, actor francés, tras anunciar que no volverá a hacer cine. Y es así. Me refiero, existe una parábola que guía la supervivencia. Unas líneas desgarradoras. Unas señales de tráfico de inocencias. Todo está premeditado y se suscribe en las escenas en sucio de un guión. Se simula vivir porque es lo que se espera que hagamos, o no. Se aparenta, entre difuntos y difusos ya pasados, que determinadas noticias del día a día se descubren mejor a sorbos de Gin tonic. Que el capote es necesario para completar una viñeta mordaz. Que las limosnas prenden fuego a la cultura. Que las cartas de recomendación… Bueno, más sustitutos dietéticos. “Verdad es que nuestro país no es de aquellos que se conocen a primera ni segunda vista”, lamentó alguna vez un romántico, Larra para los que siempre vuelven mañana.

Disimular, en un mar de agonías, una compostura que reniega de serlo. Extremistas hasta la miseria por no reconocer aquel Quijote con un `Don´ producto del sobresalto. Ellos, los que destierran, los que limitan a Buddy Holly al simple sonido preliminar de la mutación de nuestra idiosincrasia, ahogan, en ese intento de ocultar, a Big Fish mucho antes de que se descubra la verdad que esconde. Petrificado el concepto que abriga la indiferencia, las montañas se desbordan a penas. Se desentienden, tanto que muchos se cansan de fingir. Antonin Artaud, poeta entre otras muchas cosas, ingirió una sobredosis de láudano en 1948. Silvia Plath en 1963 consiguió despojarse de ese oficio (al tercer intento), un horno le confirió la jubilación. Un tiro en la boca se lo arrebató a Hemingway en 1961. Larra, Yukio Mishima, Cesare Pavese…



En términos kafkianos todo concluye con un inicio, más o menos pragmático. Se sabe el final, incluso las primeras líneas (La Metamorfosis) delinean el resultado. Autobiográfica, como todo. Frank Kafka relata el miedo de sobrevivir de ese modo y tener que aceptarlo sin más. Fingir. La resignación de saberse cautivo y tener que lidiar con esa realidad todos los días. Por las bienaventuranzas acostumbradas a vivir en crematorios. Amén.



 Columna publicada en La Opinión de Málaga el jueves 8 de noviembre de 2012

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