“Yo no vivo, sólo finjo que lo hago”, decía Jean-Louis Trintignant, actor francés,
tras anunciar que no volverá a hacer cine. Y es así. Me refiero, existe una
parábola que guía la supervivencia. Unas líneas desgarradoras. Unas señales de
tráfico de inocencias. Todo está premeditado y se suscribe en las escenas en
sucio de un guión. Se simula vivir porque es lo que se espera que hagamos, o
no. Se aparenta, entre difuntos y difusos ya pasados, que determinadas noticias
del día a día se descubren mejor a sorbos de Gin tonic. Que el capote es
necesario para completar una viñeta mordaz. Que las limosnas prenden fuego a la
cultura. Que las cartas de recomendación… Bueno, más sustitutos dietéticos.
“Verdad es que nuestro país no es de aquellos que se conocen a primera ni
segunda vista”, lamentó alguna vez un romántico, Larra para los que siempre
vuelven mañana.
Disimular, en un mar de agonías,
una compostura que reniega de serlo. Extremistas hasta la miseria por no
reconocer aquel Quijote con un `Don´ producto del sobresalto. Ellos, los que
destierran, los que limitan a Buddy Holly al simple sonido preliminar de la
mutación de nuestra idiosincrasia, ahogan, en ese intento de ocultar, a Big
Fish mucho antes de que se descubra la verdad que esconde. Petrificado el
concepto que abriga la indiferencia, las montañas se desbordan a penas. Se
desentienden, tanto que muchos se cansan de fingir. Antonin Artaud, poeta entre
otras muchas cosas, ingirió una sobredosis de láudano en 1948. Silvia Plath en
1963 consiguió despojarse de ese oficio (al tercer intento), un horno le
confirió la jubilación. Un tiro en la boca se lo arrebató a Hemingway en 1961.
Larra, Yukio Mishima, Cesare Pavese…
En términos kafkianos todo
concluye con un inicio, más o menos pragmático. Se sabe el final, incluso las
primeras líneas (La Metamorfosis) delinean el resultado. Autobiográfica, como
todo. Frank Kafka relata el miedo de sobrevivir de ese modo y tener que
aceptarlo sin más. Fingir. La resignación de saberse cautivo y tener que lidiar
con esa realidad todos los días. Por las bienaventuranzas acostumbradas a vivir
en crematorios. Amén.
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