viernes, 19 de octubre de 2012

ELLA




Ella era el edén en el infierno.
Un cúmulo de sinónimos,
desparramados,
descolgados,
amarrados a solitarias comisuras.


Era el descender de unos párpados,
azules,
desiguales,
constantes en el devenir otoñal,
con el balbuceo de las tristes hojas.


Los dementes la miraban cabizbajos,
a ella,
sin rostro,
tímida belleza.


La observaban desde lejos,
muy lejos,
desde el lecho de una filosofía inexacta,
como ella.


Lo sabía,
ella,
pero no hacía nada,
bosquejaba pinceles,
los ajustaba a su cuerpo.


Vertía cada demencia en su escote,
cerraba la cremallera.
Acogía en su pecho
el crujir de las bisagras.


Ellos,
enajenados sobre alcobas de terciopelo,
la dividían lentamente en porciones de delirio,
fragmentaban sus clavijas,
penas a delicias.


Clavaban sus pupilas inertes,
esos locos inconscientes,
en la apertura de su codicia
y la asfixiaban.
Perfecto corsé de caricias.


¡Estúpidos dementes!
Potenciaban en ella la ira,
la cicatriz de unas uñas rosas,
el rugir de unas medias rotas.

Ella,
era el quejido de un desván solitario.
Ellos,
mirad vuestro reflejo en su llanto.



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