Como en una estación, cualquiera, o un aeropuerto.
Las maletas pasan entre pedazos de pasajeros habituados al crujir de las ruedas
desgastadas, también los hay que no están tan habituados (o hacen como que no
lo están). Se balancean los vuelos en primera clase… El equilibrio
termodinámico de la economía: minimizando el calentamiento global a fuerza de callejeros viajeros.
Perfecto el boom de las redes sociales. Preciosa la
bidireccionalidad instaurada. Maravilloso todo hasta el punto de no encontrar
salvavidas en el maremoto de la `infoxicación´. Sobredosis diarias de
comentarios acerca de cualquier cosa, opiniones, críticas, quejas y restos de
nicotina permitida. Una libertad que puede agobiar a la verdadera imparcialidad
sin acotaciones, la superviviente de un viaje en un metro que no existe.
Las alergias ya se despidieron y despertaron la
envidia de la sanidad como complejo hotelero: de lujo en época de vacaciones.
Pero a las redes sociales, con variaciones oscilantes paralelas al metro de
Málaga, no le influye el veraneo intelectual. Mientras, Picasso intensifica el
horario laboral de la herencia que dejó y otros, más vintages, inauguran
puentes gastronómicos entre Málaga y Nueva York. Siempre es cuestión de
manzanas.
Reggaetón 2.0 con pequeños toques de Isabel Pantoja
y su ejército. España va bien. Bien se va, sí. Caminando sobre fondos dónde
nunca hay nada, pero siempre sacan algo. La esquizofrenia paranoide
de `Una mente maravillosa´. Esa biografía no autorizada de un grande en la
`Teoría de juegos´, John Forbes Nash. Porque
las matemáticas son importantes, mucho. Pueden mortificar las horas de vigilia
de un prosaico estudiante, llámese también periodismo en las aulas.
El
ahora, base temporal color cian respaldada por antecesores inciertos, también
se basa en las matemáticas, siempre ascendentes. Un metro no es nada, mejor
aumentar las pistas de un aeropuerto. Mayor altitud, mayor inversión… Porque el tamaño sí importa.
Columna publicada en La Opinión de Málaga el jueves 5 de julio de 2012
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