Hace algún tiempo, creo que seis años más o menos, Le Petit Prince sostuvo mis manos. O al
revés.
Fue como desbordar las manualidades aprehendidas y
canjearlas por comisuras más esenciales. El comienzo de un bricolaje literario,
pudo haberme susurrado Antoine de Saint-Exupéry. Recuerdo un viaje a
caricias de asteroides que desterraba cualquier verdad absoluta hasta ese
momento.
Pero el `Drama
de los baobabs´, ese que me asustaba cuando caminaba por los pasillos de mi ya
segunda casa, no era un cuento. Yo,
incipiente con lacitos en los rizos, lo descubrí ingenua, temiendo entre
juguetes rotos primerizos brotes de depravación. Y siguen creciendo.
Los baobabs,
llámese (in)democracia del siglo XXI, moral capitalista legalizada o consumismo
en beneficio siempre diestro, perforan con sus raíces dondequiera que se deje
aflorar una semillita. Y en el primer siglo del III milenio germinan y brotan a
la velocidad de la luz.
También había,
en aquel Principito que seguía sustentando mi fuente de información táctil,
curiosos personajillos. Había y hay. Siempre un rey autoritario merodeando
repúblicas. Los vanidosos no se pueden contar con los dedos de las manos, las
que sujetaban aquellas páginas. Borrachos en depravación multimedia y demagogia,
hombres de `negocios´, faroleros o sujeta velas y geógrafos, esos creadores de
distritos distantes.
Hemos creado, a
nuestra imagen y semejanza, un demiurgo exuberante que riega los baobabs por
penitencia. Las ramas empiezan a obstruir la capacidad literaria, la
imaginación, la poesía, la libertad. Perforan con sus raíces, baobabs de
impertinente egocentrismo, la autodeterminación que debería formar parte de
nuestro yo. Y no la imposición que actualmente precisa de un ego matinal que
despilfarra todo lo que no esté dentro de un sistema, su sistema.
Ego, tal cual.
Un ballet de Ópera que se corteja a sí mismo. Compra y venta, comercio,
rendimiento, rentabilidad. Siempre contando números, rojos. Negocio. Ya decía
El Principito que `el lenguaje es fuente de malentendidos´. Pero las personas
mayores nunca lo comprenderán…
Columna publicada en La Opinión de Málaga el jueves 26 de julio de 2012
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