Me pides que escriba un `algo´, una historia quizá,
nuestra historia tal vez. Y es difícil. Mucho. Porque cancelas mis metáforas,
que son como mi forma de ser. Entonces ¿qué debo hacer sin mis formas?
Creo, firmemente, que el diseño de mi personalidad no
admite remodelaciones. Es como una reliquia que he de guardar, la única, si no
cuento contigo.
Por eso, la palabrería de `había una vez´ no me
sirve en la distancia. Empezaré con `Supuse que habría alguna vez…´
Por suponer, desperté de un sueño en el que nunca
había utilizado peluches. Tú ya sabes, ositos para no dormir.
Y es que una vez existió una niña que nunca dejará
de serlo, pero le gustaba ser así. Sonreía siempre, creo. Esa niña nunca había
dormido con peluches, de hecho nunca le habían llamado la atención. Aún así
alguien había llenado su habitación de miles de ellos. Pero huyó y se creó su
independencia infantil.
Caminaba sobre su literatura imperfecta a la vez que
saboreaba el humo que la tranquilizaba y la mantenía en su imperfección.
Un día, o una noche, llego un peluche llamado `Osito´
que le llamó la atención. Él, seguro (en teoría) de sí mismo, pensaba que la
había atraído por eso, pero no. La seguridad es banal en un mundo en el que
nada es seguro.
Ella deambuló a su lado durante un tiempo porque se dio
cuenta de que el osito era sólo una apariencia creada por un hombre que no
sabía destapar su romanticismo innato. Osito se consideraba a sí mismo alguien
con `un gran interior´ pero no sabía que
le faltaba lo esencial: esa locura de niño.
Él se encariño con la niña perenne. Quería cuidarla,
mimarla, aconsejarla… Pero no se daba cuenta de que la agobiaba con tanto
concepto innecesario.
De repente,
ella descubrió por qué Osito la mantenía a su lado, él pedía ayuda a voces.
Dentro de ese peluche controlador y calculador existía alguien que necesitaba
libertad. Necesitaba sentir, Necesitaba un anticuento.
Me encanta.
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