miércoles, 25 de abril de 2012

Microrrelato II: El trayecto del café


Da igual que el viento anhele sustancias químicas, que las distancias acorten miradas en milímetros de parpadeos inestables, que las hojas ya no caigan. Da igual que la lluvia moje, empape caricias, roce abrazos… Da igual, que el café, sólo, comparta ojeras. No importa, da igual. Las puertas se cierran cada mañana.

En ese lujurioso vehículo cosido de excentricidades. En ese hospital de enfermedades raras, incurables, domesticadas. En el autobús, que transporta material defectuoso a las 8:00h de la mañana, justo cuando el sol se quita las legañas, perezoso de la monotonía desvirtuada. En ese lugar.

Siempre las mochilas y bolsos mezclan sus edades en paradas de autobús, a partir de ese líquido miscible todo comienza. Historias, sueños,  amores. Y sí,  justo en ese momento en el que las puertas pliegan sus manantiales metálicos y las bocinas y monedas imitan el sonido de la tragedia, la calle se paraliza.

Dentro de ese transporte de miradas, entre una metáfora de clases sociales (que en el fondo son la misma) y la tormenta perfecta, las paradas se deshacen. Se destruyen ráfagas inmensas de planes imprevistos y, luego, todo vuelve a caminar cuando el carruaje doméstico recorre la ciudad.

La gente aprieta sus mejillas contra cristales construidos a base de vaho mitificado. Los niños se arropan en la falda de su mamá. Los ancianos pelean frustradamente contra las ironías de los canallas de barrio. Mientras, todo se resume en un suspiro, solitario impacientado, que se encuentra en la esquina de aquél habitáculo.

Y sigue pasando gente, canjeando sonrisas por  paradas. Se prolonga el ruido de una mañana inconsciente. Como todas, o no. Persiguen las hojas de periódico, descolgadas ya del diario, junto a un trajeado señor con aritmética mirada persuasiva.

Continúan las paradas solicitadas resaltando un rojo fervoroso. También los balanceos de maletas. Los lloros de los niños con baberos de codicia. Todo permanece intacto ante el giro continuado de las ruedas. De pronto las puertas se abren.

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