domingo, 22 de enero de 2012

Los suburbios de Arrabal



De un pelirrojo fervoroso en los rizos y la espectacularidad en forma de arte en la mirada. Los pies descalzos por el impasible invierno en los zapatos. Tenaz vestido negro o tenaz Bosco ensimismado. Lais no quería ser sin sus recuerdos y Esperanza Morales Elipe les daba forma en el escenario del Teatro Cervantes.

El público encofrado en el Honor a las bellas artes que descendían desde el cielo-techo  y, transformado ya en terrenal moqueta a modo de decorado, envolvía los pies de los espectadores. Los asistentes proporcionalmente canosos a la obra, “El jardín de las delicias”, caminaban sobre un final de enero sin reparos por encima del XXIX Festival de teatro malagueño. Fernando Arrabal, “impresentable” en palabras de Damián Caneda, concejal de cultura, mostraba su jardín.

Como salida de un cuadro, o quizás sin el “como”. Inmersa en una alegoría de extravagantes a la vez que adorables seres. La vívida infancia de Lais sumergía su espíritu de actriz retirada en un pasado permanente. Los recuerdos no son más lejanos al tiempo, vuelven de repente cuando una llamada telefónica los evoca.

De este modo, mediante las preguntas de un programa televisivo, la protagonista revive sus experiencias frente a las atentas miradas, una por miopía y otra por simple provocación, de su autor. Gafas rojas a rayas encima de unas de pasta negras. “La provocación es rotatoria, es incontrolable. Todos tenemos episodios de provocación. Son fruto del azar, de la casualidad”. Comenta el escritor y cineasta.

El sobreviviente de los tres (o cuatro) avatares de la modernidad, más malagueño incluso que Picasso, agradece haber estado siempre rodeado de los seres más geniales de la tierra. Seres como Dalí, Picasso… “Con los que nunca me he mostrado capaz, como diría Cristo, de desatar la correa de sus zapatos”. Sus amigos, verdaderos superdotados, como Kundera. U otros superdotados a los que conoció cuando tenía veinte años “todos querían ser ministro o nada, consiguieron las dos cosas”.

El chivo expiatorio de la historia de España, uno de los cinco españoles más peligrosos de este país junto a Santiago Carrillo, Dolores Ibárruri La Pasionaria, Enrique Líster y Valentín González El Campesino. “¿Qué pinto yo con estos cuatro señores que eran estalinistas hasta el último cuarto de hora?”. “Confusión de confusiones” diría Miguel de Cervantes. Por si fuera poco, “Yo que soy agnóstico veo a la Virgen María a los diecisiete años en Valencia y me hace un regalo,  que años después ganaría el único premio serio de novela, no esa charlotada que dan en Barcelona”.

Lais seguía en el escenario. Era un concurso con forma de entrevista inoportuna a cada rato lo que esta tenía que soportar. No podía ir al programa, tenía que contestar desde su casa a las llamadas, desde luego, sus ovejitas necesitaban de sus cuidados. Sus asustados animalitos no podían vivir sin ella, o ella sin su bestiario mitológico. Y sobre todo Zenón, el gran pilar de sus aturdidos pensamientos.

Y en ese recuerdo, cuando era inocente en un internado de monjas, quiso huir de allí, buscaba cosas nuevas. Siempre nos repugna lo que tenemos por el simple hecho de poseerlo. Lo desconocido desataba su lujuria ingenua. Tal vez el Jardín de las Delicias encarnaba esa lascivia desatada. Teloc (el hombre - mago) lo hacía aún más irresistible. Era el deseo de lo prohibido, un Edén con muchas manzanas…


Pero ese Edén se convirtió en infierno en el momento en el que cayó ante sus deseos. Sin parpadear, delante del teléfono, había pasado el tríptico abierto al óleo (la obra más conocida de El Bosco). Miharca le había abierto los ojos en cuanto un alma en un frasco de mermelada y otra en uno de compota de pera no pueden hacer el amor para siempre.

El tríptico se cerró entre el caos del abismo, pero Fernando Arrabal concluyó todo un Bosco en un huevo místico a modo del tercer día de la creación del mundo o del diluvio universal. Ante la inmediatez del sexo esperanzado, una gula frente a las manzanas podridas y la muerte como excusa de supervivencia… Zenón y Lais cicatrizaron la pintura en lo que ella ofreció su alma con añadidos de mermelada al hombre – bestia. Delicioso Arrabal.





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