martes, 8 de noviembre de 2011

Literariamente incorrecta

  
Otra vez con la música de fondo, pero las letras impactan cada vez más fuerte. Disparos, armas de fuego sin conciencia.

No hay nada, creo. No hay nadie, discuto contigo.

Efectos psicodélicos, quizás, los que suscita tu parpadeo incesante. Dioses omnipotentes que se manifiestan cuando les da la gana. Bueno, no.  Cuando a ti te apetece.

Tentadoras oportunidades de hacer perder el tiempo pidiendo minutos que no puedo sacar de mi reloj. Chocan con fuerza contra el cristal y vuelven hacia atrás rozando las agujas que marcan las doce de la noche; siempre las doce de la noche. Átomos en movimiento.

Y, después, psicología inversa. Juegos estúpidos de niños.

Esto es un cuento y no te has dado cuenta. Una historia de ficción, lo más real que existe en nuestro  mundo paralelo. Con mil lunas que rodean nuestra galaxia emocional. Las corbatas siempre sobran.

Entonces, desnuda ya la esperanza, se resfría la ilusión. Hogueras de verano que reavivamos sin darnos cuenta. Lo pragmático de una sencilla conversación esporádica en la playa. O, mejor, lo práctico de no decir nada. Las olas indefensas e ingenuas jugando con montones de arena que se caen entre los dedos.

Como vagabundos millonarios con los pies eternamente cubiertos de arena. Con sal de nuestro mar en el pelo, da igual que sea verano o invierno. Constantemente hacemos que sea igual.

Tal vez las épocas se equivocaron, un Benjamin Button. Trasbordos temporales que comienzan en tu insensato complejo de superioridad. El vuelo con turbulentas caricias. Transatlánticos que se hunden del peso de tus contradicciones. El aterrizaje… Forzoso en tu mirada. Sin pista fija, accidental y con retraso.


Al final, todo es culpa de la infancia: literariamente incorrecta.

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