viernes, 26 de agosto de 2011

New York, New York


¿Cómo definir con palabras un sentimiento? ¿Cómo expresar sensaciones, experiencias, momentos? ¿Cómo trasladarte a una de las partes de mi cuento? ¿Cómo describir la belleza de un segundo, un instante, uno pequeño? ¿Cómo lo hacen los cuentos?
Es como intentar susurrarte cuando estoy a seis horas de vuelo de tu oído. Un vuelo de turbulencias, lecturas pasivas y recuerdos. Como enviar vía email  mis emociones en un archivo adjunto. Como guardar en carta certificada diminutos pedacitos de ilusiones. Caricias dentro de una botella de Ron que avanza hacia ti en el mar.
La intención es lo que cuenta, o eso dicen. No hay que pensar en consecuencias ni porqués. En causas y efectos. También dicen que lo único que importa en el cuento es el final, pero mi final no está entre líneas, al menos contigo. Y, el cielo solo está lleno de princesitas repelentes y príncipes que disimulan su azul de cuento con el color del cielo.
Azul como el color que me rodea. Paredes azules en la habitación, azules como el mar, pero el de nuestro mar. Una habitación en la séptima planta del Broadway hotel and hostal. Un lugar tranquilo mientras no bajes a recepción, dónde todos los días parece una discoteca, con una música del tipo Europa Fm, zona online para twitteradictos.
Por suerte la lista de visitas obligadas en Nueva York solo roza unas horas por la noche el hotel. El estrés neoyorkino te acoge con los brazos abiertos, mientras las banderitas de Nueva York te recuerdan cada tres pasos dónde estás, como si no se notara la diferencia. Aunque intenten imitar los churros españoles en pequeños puestos de calle, churros que comparten sitio con pringosos perritos calientes.
Sobre las clases de inglés solo hay que decir que son “nice”, palabra que repiten hasta la saciedad. Todo es “nice” y “cool”. Sobre la comida… comestible a secas. Y, sobre las tardes, largas tardes de paseos con los ojos como platos. Andanzas por Wall Street antes de pasar por la tienda de los Yankees. Una Wall Street dónde encuentras similares a ti, turistas intentando captar cada momento con la mirada.
Tiffany en la mitad de Wall Street, otra visita obligada de la lista. Acostumbrados dependientes que te saludan con la firme convicción de que no vas a comprar nada pero deslizan el ligero doblez de la alfombra que se despliega a tu paso con simpatía. Una vuelta, unas fotos y un amor que te acompaña hasta la puerta, claro, un amor platónico.

Tardes de puentes, Brooklyn y Manhattan. Tardes de Museo Metropolitano. De comprender en unas horas, siempre con el pase en la blusita y las propinas en la mano, las diversas culturas. Tardes, interminables e insinuantes; indescriptiblemente de cuento. Chinatown, Little Italy… Tardes que terminan al esconderse el sol en Central Park. Tras los edificios que se reflejan en el agua. Pequeños charquitos que la lluvia dejó en tus pies. Como un Poeta en Nueva York.

Poemas de un Lorca ya fallecido. Compartiendo críticas hacia el capitalismo y la sociedad industrializada hasta cierto modo. Como un pretexto de huida, aversión hacia la deshumanización y alienación que se convierte cada día más en el epicentro de nuestra “globalización ideal”. Un Lorca de las Avenidas de Manhattan, de las luces de Broadway.

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