Sales a la calle, notas el calorcito de la primavera malagueña en tu
piel, paseas tranquilamente… De repente, un aluvión de gritos al aire, la gente
se agita, se agolpa y los flases invaden cualquier rastro de luz natural.
Sigues a la multitud y logras camuflarte
fácilmente entre ella. Te familiarizas con el ruido mundano y descifras que
todos gritan al unísono “Carlitossss”. Pero… ¿quién es Carlitos? Apresuradamente
un niño que supera el metro de estatura por escasos centímetros se abalanza
corriendo a través de la alfombra roja que conduce su camino hacia el hotel.
Los gritos cesan súbitamente, las masas se tranquilizan y empiezan a
comentar (por cierto, el niño era actor en la serie de Los Protegidos).
Así, pasa el festival de cine de Málaga,
un día tras otro. Gente que pasea decididamente por las calles de la ciudad en
busca y captura de un famoso con el que hacerse una foto, que esperan largas
colas, que se agolpan en las puertas de los hoteles y teatros. Fans
incondicionales de actores, películas, largometrajes…
En los lados opuestos al efecto
fan, gente inmutable ante la presencia de los actores invitados, que
caminan por las alfombras colocadas para el evento como si fuera un día normal,
gente segura de sí misma que no se deja influir por las masas; una posición a
elogiar.
Y, en la otra orilla, personas que
saltan la pura indiferencia y el efecto fan y se colocan como masa persiguiendo
famosos. Ya no por el hecho de seguir a los actores, sino por seguir a famosos.
Por echar fotos a 4 GB /hora, por criticar la ropa o la forma de comportarse de
los denominados por las masas “famosillos”, por pedir autógrafos y después
preguntar quién era…
De esa forma es la sociedad, tan
diferente en un mundo tan globalizado. Con diferentes puntos de vista acerca de
un simple evento anual. Posiciones criticables entre sí, pero respetables por
educación.
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